VICENÇ BATALLA. Lo que une a la bailaora indomable Rocío Molina, la punzante voz de Sílvia Pérez Cruz y la sexagenaria Lola Cruz es la maternidad. Esta última por haber parido a la primera, Sílvia por haberlo hecho hace diez años y Rocío por estar embarazada de tres meses y medio de una niña por inseminación artificial. Las tres acaban de estrenar Grito pelao en el Festival de Aviñón, junto a un cuarteto de músicos. Una exclamación que sale de dentro de las entrañas femeninas para afirmar el deseo de ser madre, pese a ser lesbiana, de continuar bailando temporalmente para este nuevo ser, de intercambiar los papeles de baile y cante y de invitar en escena a quien te dio vida. Interviene en la dirección artística el incisivo Carlos Marquerie, que sitúa a Molina un paso más allá del flamenco como nunca antes esta lo había hecho. Su próxima parada es en el Festival Grec de Barcelona, el 18 y 19 de julio. A falta de una entrevista directa (y cuestiones sobre sus paralelismos o no con Israel Galván, Niño de Elche o Angélica Liddell que hicieron temblar anteriormente las paredes de la Ciudad de los Papas), transcribimos las respuestas de una charla pública con tres de las y los protagonistas al día siguiente del estreno con el periodista francés Laurent Goumarre.
Título ‘Grito pelao’
Sílvia Pérez Cruz (Palafrugell/Gerona, 1993): “Es la primera canción que hice para el espectáculo. Al cabo de unos meses, decidimos que sería el título. Supongo porque grito pelao es una expresión que significa, ¿cómo diríais?”.
Carlos Marquerie (Madrid, 1954): “El grito descarnado…”.
Sílvia Pérez Cruz: “A secas, tal cual, ¡aquí estamos!”.
Deseo de maternidad y deseo de continuar bailando
Rocío Molina (Torre del Mar/Málaga, 1984): “El deseo me vino hace cinco años. Al principio, disfrutas de ese deseo. Y conforme avanza y no puedes cumplirlo, se convierte en un monstruo. Vi que no podía luchar contra él y tuve que tomar este camino personal sin dejar de bailar”.
Embarazo y adaptación coreográfica
Rocío Molina: “¡Afortunadamente, parece que va bien!… Y, mejor, cuando bailo. Si no bailo, aparecen los síntomas pesados. Pero, bailando, todo va bien. Tienes que entender a tu cuerpo. Lo que hacía antes no funciona. El aprendizaje es escucharte y el cuerpo te va diciendo lo que puedes hacer y lo que no. Si te sabes escuchar, es relativamente fácil. Se podría decir que, antes, ¡casi me suicidaba! Y, ahora, no puedo hacerlo por mí y por mi hija”.
¿Suicidio?
Carlos Marquerie: “La danza de Rocío siempre ha buscado el límite físico. Nos conocemos desde hace nueve o diez años, que es lo que hace que trabajamos juntos. Y siempre había dicho que necesitaba parar. Pero cada vez sus obras eran más, no digo violentas, aunque sí agresivas: las patadas más vertiginosas que se podían dar, las daba Rocío. Esta obra, realmente, es un frenazo. Es un deseo, de alguna forma. Ella siempre me decía que quería bailar como cuando era jovencita, redondo, con los brazos más suaves. Y nunca lo conseguía. Y, yo ayer la veía bailar esta soleá, ¡y me decía qué mujer, qué madura y qué redonda! Su hija la ha conseguido frenar un poco”.
Cambio en el cante
Sílvia Pérez Cruz: “Sí, totalmente. Profundamente… Creo que haber parido y también haber vivido la muerte, te hace conocer los límites de la vida, te ubica en las cosas importantes. Y eres consciente de que esto se acaba. Se te van tonterías y te conectas más con el momento. Aparte de que conectes más con la tierra. De hecho, el embarazo en sí te va conectando con la tierra. Y, eso, para cantar, para estar, te hace más inamovible”.
Relación con la madre
Rocío Molina: “Mi madre estudió danza de pequeña, hasta los dieciocho años. Pero nunca ejerció de bailarina… hasta ayer. Lo que más nos interesaba era una presencia no profesional, que no tuviera una estética prefijada. Embelleciéndolo de una forma mucho más auténtica, más ingenua, más verdadera. Una historia sobre la relación madre-hijo/a no es nada nuevo. Para todos es complicado y, para mí, también. Llevaba muchos años sin tener una relación con mi madre. Y, de verla tres veces al año, he pasado a estar todo el año con ella, conviviendo en el estudio, durmiendo en la misma casa… Es como haberla redescubierto, la he reconocido una vez más. Y lo bonito es que no lo hemos hablado, sino que lo hemos solucionado todo bailando. Es la ternura, lo que aparece en escena”.
Entre personas heterodoxas
Carlos Marquerie: “Desde el principio, pensamos que era muy importante que la obra estuviera hecha por mujeres. Y que tenía que haber algo generacional, de diferentes edades. Esta heterogeneidad es una de sus claves. Hemos trabajado sin tener en cuenta si Rocío era bailaora, si Sílvia era cantante, si la madre era madre… De hecho, Rocío canta, Sílvia baila. Y las tres hablan en escena y nos cuentan sus historias y esto le otorga una gran riqueza”.
Desnudo en el flamenco
Rocío Molina: “En España, en el flamenco en particular, hay resistencia a esta transparencia, a transformar los códigos. La parte más tradicional no lo recibe bien, lo que puede ser comprensible. Pero el flamenco se merece también dar otra visión de la belleza. El flamenco en sí ya es inmenso. Pero por qué no puede conocer otro tipo de belleza: la de su tradición, que yo hago, y la que se genera sobre escena. El flamenco nunca ha trabajado en una relación afectiva, como hacemos nosotros en esta obra. Por qué no darle la oportunidad de que se conozca así. Y, si yo puedo hacer algo por las personas y la humanidad, pues por qué no. Solo hay que tener valentía y mucha verdad. Porque yo amo el flamenco cada día más. Pero también defiendo la verdad de la persona y la belleza ante todo”.
‘Grito pelao’ (Sílvia Pérez Cruz)
Del grito
del canto.
Silencio, vacío y parao
sola
sin faro
y en Trafalgar.
Del grito pelao…
del dulce de mi leche
entre cadera y cadera,
cadera y cadera
¡alsa! y pare.
Y el peso de mi voz
del barro
del coño,
del gusano que florece.
Rancia y líquida
de este amor bestial
amor animal
que te aprieta y arde
y cede
y cedes
y resbala
y resbalas
y bailas.
(agosto 2017)
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