VICENÇ BATALLA. Más allá de los intereses de unos y otros, dentro y fuera del país, la crisis venezolana afecta a una mayoría de la población que lucha por sobrevivir y emigra en masa. El testimonio fotográfico de Adriana Loureiro Fernández para medios internacionales y en su exposición evolutiva Paraíso perdido es una de las miradas más auténticas y exentas de prejuicios porque prescinde de las estructuras de partido y refleja el día a día de los mismos venezolanos. Desde el barrio más pobre de Latinoamérica, Petare, hasta el derrumbe de una ciudad como Maracaibo pasando por el periplo de la emigración a través de varias fronteras de la región.
En el festival de fotoperiodismo Visa pour l’Image, en Perpiñán, las imágenes de Loureiro se han complementado con las del bilbaíno Álvaro Ybarra Zavala que retrata la situación en Venezuela desde hace diez años. Una edición que premió en primer lugar el trabajo del mexicano Guillermo Arias por La caravana y contó con impactantes testimonios gráficos sobre las guerras que no se acaban y los conflictos que vienen.
No es lo mismo fotografiar un país en conflicto cuando se ha nacido en él que si se viene de fuera. Y las dos miradas son válidas, porque la del exterior aporta esa distancia necesaria para no caer en la polarización que se vive desde dentro. Pero la del interior otorga ese conocimiento propio que supone vivir allí desde siempre y tener todo el tiempo para seguir los acontecimientos. El laureado con la Visa de Oro 2019 Paris Match News, el mexicano Guillermo Arias por su seguimiento en La caravana para la Agencia France Presse de los inmigrantes centroamericanos que a finales del año pasado caminaron en grupo hasta la frontera con Estados Unidos, reivindicó al recibir el premio que los medios internacionales recurrieran a los fotógrafos locales para efectuar sus encargos.
Es lo que persigue en su caso la venezolana Adriana Loureiro Fernández, que viene cubriendo la presidencia de Nicolás Maduro desde 2013 en su deriva autoritaria y la crisis humanitaria y migratoria que se ha agudizado desde 2016. Lo hace para medios extranjeros, del New York Times a Der spiegel y de Reuters a Bloomberg. Para perfeccionar su trabajo de investigación, ha pasado además por la neoyorquina universidad de Columbia. Sobre el terreno, posee los elementos suficientes para identificar todos los actores y situaciones como caraqueña que es pero su objetivo es no dejarse marcar por ninguna consigna partidista. Su trabajo más personal, empezado en 2012 y del cual se vio una selección en Visa pour l’Image, se llama Paraíso perdido por el que ha recibido el Premio de la Ciudad de Perpiñán Remi Ochlik.
“Yo no quería dejar que mis emociones por mi país pesaran más que la capacidad de ser objetiva”, nos cuenta pausadamente Loureiro desde el patio del convento de los Mínimos donde se halla la exposición. “Siento que le estoy hablando al mundo, honestamente. No siento que lo haga a mi gente. Porque, para ellos, es explicarle algo que ya conocen. Me siento un poquito como un puente, entre el mundo y lo que nosotros estamos viviendo”.
Malnutrición y violencia
Lo que está viviendo el país es un pobreza que alcanza al ochenta por ciento de la población (encuesta ENCOVI) con casos extremos de malnutrición y una tasa de homicidios que se sitúa en el 81,4 por cada 100.000 habitantes. En 2018, hubo 23.047 personas asesinadas, según el Observatorio Venezolano de Violencia. Entre estos homicidios, se mezcla tanto los ajustes de cuentas como los llamados actos de resistencia a la autoridad (7.523) y que pueden ser ejecuciones extrajudiciales sea por cuestiones políticas o por una persecución fuera de la ley de la delincuencia. Todo ello ha generado que Venezuela se convierta en el segundo país del mundo con mayor emigración después de Siria, con tres millones y medio de personas.
Ante situación pareja, Loureiro se sintió obligada a dejar el trabajo de sus inicios en la publicidad para que su cámara fuera a captar directamente la realidad que la rodeaba. “Siempre digo que yo no escogí ser fotoperiodista, ese nunca fue mi plan”, afirma ahora que ha cumplido los treinta años en un camino irreversible. “El fotoperiodismo me escogió a mí. Mi vida me condicionó para eso”.
Y, pese al riesgo que ello conlleva en su doble condición de venezolana y mujer, su método de trabajo prescinde de las principales figuras políticas para centrarse en las consecuencias que las acciones de estos provocan en la población. Con un especial interés por entablar una conversación en todo tipo de situaciones. “Mi mejor medio de protección en Caracas es hablar con la gente y que me conozcan. Y que sepan por qué estoy allí, que valoren mi trabajo”. Más adelante, lo resume en otra frase: “Una foto sin entender a la persona que estás retratando, es quizás media foto”.
El barrio de Petare como símbolo
Así, una parte importante de las imágenes de Paraíso perdido provienen del barrio de chabolas de Petare, al este de Caracas, y donde viven con una densidad enorme alrededor de un millón de personas aunque es difícil disponer de cifras exactas. Es la concentración de chabolas más importante de Latinoamérica y, por consiguiente, un territorio donde mandan las bandas y que teóricamente debería haber sido objeto del máximo interés por parte de Hugo Chávez y, ahora, Nicolás Maduro. Hasta hace unos años, desde allí no se originaban protestas. Pero eso ha cambiado en los últimos tiempos y, en 2017, se produjo un levantamiento simbólico en el puente Cinco de Julio que une, y separa socialmente sobre una autopista, las chabolas de Petare con el barrio burgués de La Urbina.
“Ahí, nadie quería ir a tomar fotos. Porque toda la acción está ocurriendo en el Capitolio Nacional: la mayoría de las fuerzas de seguridad y de manifestantes están allá”, explica Loureiro de ese momento. “Al haber muchos menos ojos y medios de comunicación, era mucho más violento. Allí estaba cayendo plomo, tiros todo el día. Y, a mí, me parecía tan poético ir a ese puente. Ese puente fue siempre una división. En 2017, todo estaba tan mal que por fin se unieron en ese puente. Tienes que ser venezolano para saber lo que significa. Es muy difícil llegar a esa información al menos que alguien te guíe. ¡Yo era la única allí!”.
Las últimas fotos de la exposición corresponden a cómo los cortes de electricidad en la primavera pasada en el país afectaron a Petare y provocaron incendios en esas viviendas tan precarias dejando sin casa a decenas de familias. Los cortes de electricidad se han convertido en habituales en Venezuela y, en algunos lugares, pueden alargarse durante días e incluso meses. Las condiciones de vida varían continuamente, en función de que el Gobierno abra o no las importaciones. Cosa que ha hecho en los meses de verano.
El abastecimiento y las colas
“Ahorita, se consigue harina y pan en cualquier lado, aunque a un precio estúpido, bárbaro”, crítica la fotógrafa sobre el día a día. El Fondo Monetario Internacional predice nada menos que una inflación este año del 10 millones por ciento. “Un porcentaje mínimo del país podemos pagar los alimentos. Pero hace un año no podía. Igual iba con una bolsa de dólares y no había nada que comprar, estaba todo vacío. En modo supervivencia, hay cosas que no como: no como pasta, no como arroz; todo lo que requiera una fila de horas…”.
Y, comparándose con la gente que no tiene ingresos del exterior, relativiza su situación. “Puedo no tener luz un par de horas al día, pero sé que hay gente que no tiene luz desde hace cuatro meses. Puede que solo tenga agua cinco horas al día, pero sé que hay gente que no ha tenido agua en un año. Uno va perdiendo el derecho a la queja, porque veo a la gente sobreviviendo con una situación que no entiendo de dónde sacan la fortaleza espiritual para aguantar”.
El caso extremo de Maracaibo
El caso más extremo es el de la segunda ciudad del país, Maracaibo, con más de un millón y medio de habitantes. Loureiro estuvo allí recientemente para el semanario alemán Der spiegel. “Lo de allí lo llamamos ‘ground zero’. Yo creo que nunca he visto una cosa igual. Es una ciudad que está siendo destruida progresivamente, ladrillo a ladrillo, y está quedando solo el esqueleto. Allí la gente está más muerta que viva. No tiene electricidad desde hace cuatro meses. Y viven con cuarenta grados centígrados todo el año. No hay agua, no hay gas. La gente se está muriendo de hambre. Todas las fotos de desnutrición que tiene Álvaro son de ahí”.
Pese a estar cerca de la frontera colombiana, Maracaibo está sufriendo más que Caracas porque el centro del poder está más lejos y Loureiro no vio ni ONG’s. Tampoco se lo explica. Precisamente, el español Álvaro Ybarra Zavala termina su exposición en blanco y negro 1984-Venezuela con unas impresionantes fotos de desnutrición en Maracaibo. Es el colofón momentáneo de diez años de viajes al país, desde una de sus residencias en Bogotá, para comprobar el grado de desintegración de una sociedad a la cual la Revolución Bolivariana ha desencantado hasta a los más fieles seguidores.
Detenidos y calabozos
Parte del trabajo de Ybarra ha consistido en tomar imágenes de los centros de detenidos. En concreto, hace tres años, en los calabozos de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) de Boleíta, al este de Caracas. Un lugar donde se hacinan 1.300 detenidos, algunos desde hace más de un año, para una capacidad oficial de 250 personas. Y donde se suceden los motines y las epidemias y hay que corromper a los funcionarios para poder hacer llegar comida y medicinas.
Esas imágenes no las ha conseguido todavía Loureiro. “A veces, los fotógrafos extranjeros logran cosas que nosotros como locales hemos intentado durante años y no lo hemos conseguido. Para nosotros está muy bien, porque cuando llegas a un crisis tan terrible como la de Venezuela lo que interesa es que la información salga”.
Al mismo tiempo, la fotoperiodista venezolana destaca cuál puede ser su mejor aportación a la información gráfica sobre el país. “Yo creo que, si a Álvaro le ofrezco que cambiemos puestos, no se lo piensa ni un segundo y dice que sí. Yo tengo el privilegio de poder dedicarle más tiempo a ese entretanto. Y no voy necesariamente a lo más explícito”.
Este es un argumento más cuando se habla de las diferencias en el trabajo entre internos y externos. “Hay muchos espacios de grises, no tan extremos. A veces, voy a un funeral y no necesariamente hago la foto más directa que todo el mundo espera. Porque tengo el privilegio del tiempo. A Álvaro le aprueban un visado de un mes, a lo sumo. Y eso condiciona el trabajo fotográfico. Yo tengo el privilegio de poder pausar un poquito más”.
Durante el recorrido por la cuarentena de fotos de Paraíso perdido, y pese a su variedad temática y geográfica, hay un pose que caracteriza la muestra. “A veces, cubro más funerales de los que me gustaría”, admite Loureiro que recuerda que la serie entera cuenta con trescientas fotos. “A mí no me molesta, porque la muerte está siempre ahí aunque no la estés fotografiando”. Y pone como ejemplo al travesti Selena, que aparece en una imagen haciendo la calle en 2015, y a quien mataron al año siguiente. “La muerte siempre está allí en mi trabajo. Creo que está en casi todas las fotos”.
El pulso entre Maduro y Guaidó
Imagino que quien haya llegado hasta aquí se estará preguntando si Loureiro, por lo que explica del Gobierno, se identifica con las cabezas visibles de la oposición y, concretamente, el presidente autoproclamado Juan Guaidó que a su vez lo es de la Asamblea Nacional. Pues la respuesta tampoco es binaria: “yo no soy de un bando ni del otro, ni siquiera en mi vida personal. Al igual que mucha gente en Venezuela, estoy muy desilusionada… Ha habido tantos intentos por cambiar, y luego seguimos siempre empeorando. Y, ahora, con esta profesión y cubriendo las fuentes políticas me he dado aun más cuenta de que hay razones para desconfiar en las supuestas intenciones de los políticos”.
Desde enero pasado, Venezuela cuenta teóricamente con dos presidentes. A Guaidó lo llegaron a reconocer una cincuentena de países, empezando por Estados Unidos y pasando por los más importantes de la Unión Europea incluido España. Pero, desde entonces, no ha pasado nada y Maduro se mantiene en el poder y utiliza la situación para acusar de todos los problemas a Estados Unidos. Su popularidad sigue igual de baja, pero la de Guaidó también se erosiona.
“El ‘chavismo’ y el ‘madurismo’, como maquinaria política, conserva un diez por ciento que no se mueve”, resume Loureiro. “Va a estar ahí para siempre. Porque, si a estas alturas del partido, no han sido capaces de corregirse a sí mismos ya no lo van a hacer. Lo que es un hecho indiscutible es que el proyecto que ellos plantearon fracasó. Tampoco nunca se nos explicó con claridad en qué consistía este proyecto. ¡Y se ve! Es imposible decir que lo que estamos viviendo hoy en día sea culpa de Estados Unidos. Es muy fácil que la culpa la tengan los demás. Ahora bien, la comunidad internacional puede tomar medidas que empeoren nuestra situación”.
Están las sanciones económicas, aplicadas por Estados Unidos y que afectan a un sector estratégico como el petróleo y que ya se empezó a desmoronar en 2016 con la caída mundial de los precios, y está la amenaza de una intervención militar exterior. Pero, en esto, los venezolanos están muy divididos porque pese a que una mayoría esté contra Maduro temen que una intervención militar derrame aun más sangre.
El rol de los militares
La clave, tal como Guaidó ha intentando sin conseguirlo, es el ejército. Los militares venezolanos se han convertido en los privilegiados de toda esta crisis. Porque han sido mimados por el poder político y se han hecho con la economía nacionalizada. “El proyecto de Guaidó empezó aupando a las fuerzas militares para que se desligaran del régimen. No tengo datos que apoyen esta opinión, pero yo creo que si fuese por Maduro él renunciaba hoy mismo”.
Es decir, el monstruo creado por el chavismo devora a sus propios impulsores que son víctimas a su vez del estamento militar. “Los militares no son la solución, son el problema y es muy fácil entenderlo”, afirma Loureiro. “Lo que queda de la industria económica en Venezuela pertenece a los militares. PDVSA (Petróleos de Venezuela SA) es militar; el oro es militar; el caviar que se produce en Venezuela es militar; el cacao es militar… Aunque quien lo controle sea un porcentaje pequeño de la cúpula militar. Los soldados rasos se mueren de hambre”.
Y, para que el sistema se mantenga intacto, hay pruebas de lo que le pasa a los que desertan. El capitán de corneta Rafael Acosta Arévalo murió en junio después de estar en detención y acudir al juzgado con claros síntomas de tortura. “Eso no es un accidente”, sigue asegurando la fotógrafa que cubrió el tema para el New York Times. “No es que a alguien se le fuera la mano. Es un mensaje muy claro para el resto de soldados”.
Los puentes internacionales de la emigración
Con todo este panorama, no es extraño que los venezolanos se hayan decidido a emigrar en masa. Hay quien se atreve a pronosticar que en 2020 habrán emigrado desde 2014 ocho millones de personas sobre una población total de unos treinta. “El venezolano no es un ciudadano emigrante”, explica esta nieta de españoles, gallegos y melillenses. “Históricamente, nacía y moría en Venezuela. Hay mucha gente que quiere volver, que no se quiere ir y que está dispuesta a aguantar todo en vez de marcharse. Porque, claro, la vida del migrante también es muy difícil”.
En febrero pasado, los focos se concentraron en el puente internacional Las Tienditas, en el Estado de Táchira limítrofe con Colombia. Sigue sin inaugurarse oficialmente, aunque se terminara en 2016, por las malas relaciones diplomáticas entre ambos países. Hace medio año, las sesenta toneladas de medicinas y alimentos que había organizado Guaidó quedaron sin destino en la ciudad colombiana de Cúcuta porque Maduro bloqueó el puente con camiones y contenedores. Eso generó nuevos enfrentamientos en este puente y en los colindantes Simón Bolivar y San Francisco de Padua Santander. Escenas que se ven en las fotos de Ybarra.
El periplo de Kely y Darwin
Un año antes, Loureiro había acompañado a dos adolescentes Kely Vicuña y Darwin Contreras que también emprendieron el camino del exilio tras haber sido encarcelados por participar en las protestas. Se trata de la historia más personal que ha seguido, que la llevó durante una semana a viajar en los mismos ocho autobuses que ellos de Venezuela a Chile pasando por Colombia, Ecuador y Perú. La pareja se podía permitir pagar estos autobuses, porque los que no tienen dinero deben caminar de tres a cuatro semanas solo para llegar a Ecuador.
“Kely es de las regiones de Maracaibo que tienen mucha fe por la virgen del Valle, la Chinita, e iba rezándole a la Chinita”, relata la fotoperiodista de su paso por la frontera chilena. “Yo estaba con ellos cuando presentaron sus documentos. Ella temblaba porque ya había vivido hechos traumáticos. Fue víctima de tortura. Y eso se le ve en la mirada. Tenía tanto miedo de tener que volver que hubo una conversación a través de los ojos con el oficial. Lo recuerdo instintivamente. Los oficiales siempre paran a todo el mundo y preguntan cuánto tiempo piensan en quedarse. A Kely no le preguntaron absolutamente nada. Y entraron juntos con Darwin, con pasaporte sellado”.
En estos momentos, Kely está a punto de dar a la luz. Y Loureiro tiene intención de asistir al nacimiento de su hijo en la ciudad de La Serena, donde les han aceptado como exiliados políticos y ya tienen trabajo.
El miedo a no poder ejercer
Una nota positiva en toda esta serie de retratos de esta fotógrafa que, durante la entrevista, no para de recordarme que se siente una privilegiada por el entorno familiar en el que nació que le dio todas las oportunidades posibles para estudiar. Creció en el barrio popular de San Bernardino, rodeado de barrios muchos más pobres, aunque a ella la llevaron a un colegio de clase alta. El hecho de conocer en ese momento las dos caras de Venezuela, que también es una herencia de la época de la socialdemocracia en que del dinero del petróleo solo beneficiaba a una minoría, la preparó para un cometido tan arduo como el que realiza. Solo hay cuatro mujeres fotoperiodistas en Venezuela y una quinta que es la estadounidense Meredith Kohut, que colabora asimismo para el New York Times y en 2018 presentó la exposición Venezuela al borde del abismo con otras espeluznantes imágenes de enfermos en psiquiátricos en ruinas.
Por todo ello, apretando nariz y labios cuando quiere remarcar algo, a Loureiro lo que le asusta no es tanto la violencia sino que se le impida ejercer su profesión. “Varios editores me han ofrecido no firmar las fotos por seguridad. Pero no quiero dejar ganar al poder… Como más miedo tengan y depende de cómo se sientan de amenazados, más violentos van a ser. Pero, inclusive en esas circunstancias, yo continuaría tomando imágenes”. Dice que lo ha hablado con su familia, que sufre pero se siente orgullosa, y solo teme a una cosa: “Lo único que me da miedo es no poder seguir trabajando. Porque allí, sí, ellos ganaron”.
Y sabe que tiene una escapatoria, al poseer un pasaporte español: “Ese es como mi plan B, en caso de que algo salga mal. Pero, de momento, estoy muy lejos de ese plan B”.
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