
MARCO BARADA. Con Romeria, en competición oficial en el Festival de Cannes, la catalana Carla Simón revisita una parte de su escondida historia familiar en la Galicia del litoral vigués, en una película que se aleja de su habitual naturalismo y explora lenguajes tanto más convencionales como más experimentales.
Tras ganar el Oso de Oro en la Berlinale en 2022 con su segundo largometraje Alcarràs, Simón vuelve con este tercero Romeria, que ha entrado directamente en la máxima competición de la exigente cita de Cannes. Ambientada en los años ochenta y 2000 en Vigo, sus costas y sus barcos, la cinta es una indagación muy personal sobre la memoria, los recovecos familiares y los silencios heredados. Habla de cómo se gestionan —o no— los traumas colectivos, y de cómo es posible enmendar los errores del pasado. Pero, sobre todo, es una historia que busca reconciliar el presente con el pasado sin emitir juicios, desde una aproximación basada en el amor y la empatía.
Los padres de Simón formaron parte de aquella generación marcada por la epidemia de la heroína y el sida en España durante los años ochenta y noventa. Pero no fue hasta la promoción de su primer largo Verano 1993 (Estiu 1993, 2017) cuando la directora se dio cuenta de cuánta gente compartía una historia similar a la suya.
Con Romería (estreno en las salas españolas el 5 de septiembre), Simón quería contar una relato generacional sobre el dolor que provocaron heroína y sida en el país, y, especialmente, quería hablar de aquello que su familia no quería nombrar. En Verano 1993, el silencio ya era un tema relevante pero en Romeria adquiere un papel central a través de los ojos de Marina, quien, al cumplir los dieciocho años, viaja por primera vez a Galicia para conocer a su familia paterna. En Vigo, Marina se enfrenta a narrativas nuevas —a veces contradictorias— sobre cómo esta familia encaró la enfermedad y la muerte de su padre. Ese mismo viaje lo hizo la propia Simón en su juventud, en un intento por completar la imagen borrosa que tenía de sus padres.
Doble ejercicio sobre familia y memoria y lenguaje poético
En una pregunta en la rueda de prensa de Cannes hecha por parisBCN, la realizadora detalló cómo concibió esta obra que parte de su propia experiencia personal pero yendo más allá: “Hice un ejercicio de hablar con esta familia lejana para que me explicaran cosas. Aunque también he necesitado tomar cierta distancia para poder contar esta historia no solo como la mía, si no como la de mucha gente. Porque todo esto que va descubriendo Marina no es exactamente mi historia. Es decir, tenía que construir una ficción”.
Una reflexión que continuó ampliando: “Y, después a nivel cinematográfico, sí que me apetecía intentar explorar otros terrenos que para mí son nuevos, un poco más lejos del naturalismo más estricto de las otras películas. Y de aquí esta segunda parte, que quiere acabar en un sitio más poético. ¡El reto era que la audiencia nos siga en este viaje cuando, de golpe, empieza otra película! Estas dos cosas son a las que más vueltas le dimos durante todo el proceso”.
Los estigmas de una generación de heroína y sida

En otro momento de la conferencia de prensa, Simón abordó esa época estigmatizada en el país. “Se ha enterrado la memoria, y hay que reivindicar a esa generación que cambió los valores de una sociedad muy conservadora y católica en favor de otra más moderna y abierta. En Galicia pasa mucho que se mire una foto y se diga: ‘solo quedan este y este’. Cada fin de semana, había algún entierro por sobredosis, sida, accidentes de coche…”, contó sobre el impacto que tuvo en una comunidad que fue, además, la puerta de entrada de la heroína en el Estado.
La película es, principalmente, un estudio sobre esta memoria y sobre cómo accedemos a los recuerdos. Marina se topa con relatos que difieren según quién los explique, y resulta difícil construir una imagen única del pasado. “No recordamos lo que pasó, sino la última vez que lo recordamos”, consideró Simón. Por eso, cada miembro de la familia le narraba la historia en primera persona, y la directora asumía que, incluso si hubiera podido hablar con sus propios padres, esa historia sería solo una parte del todo. Ahí reside, según ella, el poder del cine para crear un relato propio. “Y esas imágenes que no tienes, o crees que no podrían existir”, precisa. Romería es su versión de los hechos.
El guión se origina a partir de las cartas que escribió su madre a sus amigas durante aquel periodo. “Esas palabras y esa poética hacen un retrato generacional, y ponerlas en imágenes fue una de las cosas más bonitas del proceso creativo”, destacó. Ese lenguaje más poético y menos naturalista es una de las novedades como ella misma asume de esta nueva etapa. “Quería explorar otros terrenos”, recordó, aludiendo a escenas como la que surge de repente como una coreografía de Bailaré sobre tu tumba de Siniestro Total. También hay referencias al mito gallego de la Santa Compaña: “Hay espíritus que no pueden morir, y de los que necesitamos hablar para que puedan morir en paz”.
Sobre el título, para la realizadora Romería tiene “un significado místico, casi religioso, de hacer un viaje como el que de Marina para entender sus raíces y conectar emocionalmente con sus padres y la historia de amor que vivieron”. Hay una clara apuesta por este lenguaje nuevo que, aunque no siempre funcione con la misma eficacia, revela un deseo honesto de experimentación.
La joven Llúcia Garcia como Marina

En cuanto al reparto, en buena parte amateur, debutan la joven catalana Llúcia García en el papel de Marina y el joven gallego Mitch en el de su primo. García contó que, durante los tres meses de ensayos, fue conociendo mejor a esos padres desaparecidos de Simón, lo cual la ayudó a conectar emocionalmente con la historia de la directora, con momentos de rechazo pero también de amor hacia ellos. Sobre los secretos familiares, Mitch asintió: “En toda familia se ocultan verdades y se ponen mentiras de por medio para intentar proteger, pero eso crea una rabia y un desconocimiento que te hace perderte. En mi familia pasa, y es normal”.
Cuando le preguntamos a Garcia si fue una ventaja o una desventaja no tener experiencia anterior en el cine, ella misma se giró hacia Carla: “¡Precisamente, si la he hecho es por lo que tú buscabas, ¿no?, una Marina ya! Al principio, era casi ni actuar. Era como afrontar las situaciones que yo hubiera afrontado, pero haciendo de Marina”. Y, justo después, riéndose, la joven actriz remachaba sobre su futuro: “Pero, claro, quizás de golpe no sé hacer nada más. No sé si quiero seguir o no. Todavía creo que tengo que acabar de asimilar todo esto y también ver qué significa haber hecho una película porque todo este mundo… ”.
– “Es nuevo”, le sopla en ese momento la propia Simón.
– “Y muy extravagante y no sé cómo encajarlo”, retoma Garcia. “Es una sorpresa, aún no lo sé”.
– “Poco a poco”, le vuelve a soplar Simón.
– “¡Poco a poco!”, admite Garcia con la carcajada cómplice de su directora.
En definitiva, Romeria confirma la madurez creativa de Simón al atreverse a mirar de frente el dolor heredado y transformarlo en cine. Es una obra profundamente íntima y generacional, que se aleja del costumbrismo para adentrarse en territorios más oníricos y fragmentarios, donde los recuerdos se entrelazan con la imaginación. En este viaje hacia el pasado, la realizadora no solo recupera la voz silenciada de esa generación, sino también abre un espacio de duelo colectivo. Con valentía, sensibilidad y una nueva mirada formal, Simón firma su película más libre hasta la fecha: un rito de paso cinematográfico que busca cerrar heridas sin borrarlas.
* Especial Festival de Cannes 2025
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