James Gray, en las raíces del neoliberalismo

FOCUS FEATURES | Los jóvenes actores Jaylin Webb y Johnny Crocker en <em>Armageddon Time</em> de James Gray, en competición en el Festival de Cannes
FOCUS FEATURES | Los jóvenes actores Jaylin Webb y Johnny Crocker en Armageddon Time de James Gray, en competición en el Festival de Cannes

VICENÇ BATALLA. Hay directores que envejecen o maduran bien mientras que otros permanecen estancados. En la competición oficial del Festival de Cannes, nos hemos encontrado, en las últimas horas, con dos del primer tipo y con uno del segundo. El estadounidense James Gray, de 53 años, es de los que tienen una carrera pausada pero sólida y su autobiográfico Armageddon Time en los años ochenta lo prueba. El veterano director polaco Jerzy Skolimowski factura, a sus 84 años, una obra sideral titulada Hi-Han (Eo), a través de los ojos de un asno. Por su parte, el francés Arnaud Desplechin, de 61 años, sigue dando vueltas sobre sí mismo sin llegar a ninguna parte con Frère et soeur (Hermano y hermana). En cambio, fuera del Palacio de Festivales, en la Quincena de Realizadores, la alicantina Elena López Riera ha presentado su primera ópera prima de ficción, El agua, una prometedora muestra de sus posibilidades.

El recorrido de Gray es curioso por lo que atañe a la crítica de un lado y otro del Atlántico. En Europa, siempre se le ha tenido en mayor estima; incluso ha llegado a formar parte del jurado de Cannes. En cambio, en Estados Unidos los periodistas no lo han tratado siempre bien, aunque últimamente lo tienen en mejor consideración. Tras sus dos últimas escapadas a la Amazonia (Z, la ciudad perdida) y a Neptuno (Ad Astra), el neoyorquino regresa a su cuna de Queens y recrea sus obsesiones paterno-filiales pero lo hace de un modo más íntimo y conciso en Armageddon Time. Y, en este caso, la película debería despertar la unanimidad de unos y otros.

ARCHIVO | El realizador estadounidense James Gray
ARCHIVO | El realizador estadounidense James Gray

Gray, de familia ruso-judía, se inspira en su propia infancia en esta vasta zona de Nueva York para crear el personaje de un niño de once años, interpretado por Banks Repeta, que mantiene una relación conflictiva con sus padres, ya que es un soñador (un alter ego del cineasta, aunque transformado en dibujante). Sus puntos de apoyo son su abuelo (un Anthony Hopkins más creíble que nunca) y un amigo negro con una familia aún más desestructurada, encarnado por Jaylin Webb. Su día a día en el hogar, en la escuela y en las calles de un Manhattan entre el fin de la era disco y el principio del hip hop tiene como contraplano las elecciones que llevaron a Ronald Reagan al poder y, de este modo, al inicio de un neoliberalismo enquistado en todas las capas de la sociedad cuatro décadas después. Ejemplo de ello es la exclusiva Kew-Forest School a la que envían al protagonista para alejarlo de sus compañías, juzgadas como indeseables, y que no es otra que la que fundó el padre de Donald Trump y en la que, por supuesto, este estudió.

Más que cargar contra esta oligarquía trumpiana que se estaba gestando, el hilo es un psicoanálisis del propio autor y su mala conciencia por haberse mudado de clase, junto con el resto de su familia que ocultaba sus orígenes, abandonando a otras minorías que tendrían más difícil salir adelante. Y es precisamente esta visión ingenua y espontánea del protagonista lo que mejor sirve para entender los tormentos del adulto Gray y de esta América que empezaba de nuevo a ensanchar las desigualdades en nombre de la sacrosanta competitividad. Un buen retrato de pasado y presente.

ARCHIVO | El asno Hi-Han, protagonista de <em>Eo</em>, de Jerzy Skolimowski, en competición en Cannes
ARCHIVO | El asno Hi-Han, protagonista de Eo, de Jerzy Skolimowski, en competición en Cannes

Un punto de vista de activismo ecológico, pero sobre todo panteísta, es el curioso film Eo de Skolimowski, quien llevaba siete años sin estrenar. La preocupación aquí es directamente sobre la destrucción del planeta por parte del ser humano. Pero, en lugar de hacer una película previsible desde un punto de vista antropocéntrico, el director polaco ha decidido dejarse llevar por la experimentación y los ojos de un asno llamado Hi-Han. Inspirándose en Au hasard Balthazar (Al azar, Baltasar), de 1966 y Robert Bresson, y que no hemos visto, Skolimowski nos transporta desde el circo y su dulce cuidadora a todo tipo de ambientes polacos en los que el rucio observará con curiosidad, aprehensión e incomprensión la actividad frenética y, a menudo, absurda de los animales de dos patas. Sin apenas palabras, con los sonidos guturales de la bestia y el despliegue visual que supone un viaje psicodélico por tierras, ríos y bosques, se dice todo sin necesidad de añadir nada más. Los burros no son siempre quienes lo parecen. Y, al final, en una escena traspuesta a Italia, aparece Isabelle Huppert para que el conjunto parezca aún más irónico.

Lo que sí es incomprensible es por qué la crítica francesa sigue protegiendo a alguien como Arnaud Desplechin que, nos sabe mal decirlo, continúa mirándose el ombligo. Hermano y hermana ya se ha estrenado simultáneamente en las salas del país y, según el portal Allocine, la crítica le otorga un 4,3 sobre 5. Los espectadores que ya la han visto rebajan esta puntuación, lo que resulta significativo, a un 2,5. Además, en la proyección para la prensa, los escasos aplausos no pudieron tapar la bronca general. Porque la relación entre hermanos que interpretan Marion Cotillard y Melvil Poupaud es irritante, no tanto porque la intención de Desplechin sea mostrar el amor-odio fraternal sino por su vacuidad. El cine tiene que comunicar, con imágenes y palabras, y no ser un objeto teórico que necesite explicaciones.

Elena López y el agua de Orihuela

ARCHIVO | Luna Pamíes, en el papel protagonista de Ana en <em>El agua</em>, de Elena López Riera
ARCHIVO | Luna Pamíes, en el papel protagonista de Ana en El agua, de Elena López Riera

Por todo cuanto acabamos de decir, hay que agradecer la frescura y la modestia bien entendida de Elena López Riera, alicantina de Orihuela, que ha traído su primera película de ficción, El agua, a la Quincena de Realizadores. Autora, hasta ahora, de documentales y de tres cortometrajes bien recibidos en los festivales europeos, su primer largo tiene su génesis en una residencia en la Cinéfondation de Cannes, y cuenta con la colaboración en el guion y también ante la pantalla del crítico de cine francés Philippe Azoury. La película refleja el microcosmos de un pueblo de la Vega Baja del Segura desde el punto de vista de sus adolescentes y con la mitología de las mujeres que se lleva el agua cuando llegan las riadas.

VICENÇ BATALLA | La directora Elena López Riera y la actriz de <em>El agua</em>, Luna Pamíes, en la presentación en la Quincena de Realizadores de Cannes
VICENÇ BATALLA | La directora Elena López Riera y la actriz de El agua, Luna Pamíes, en la presentación en la Quincena de Realizadores de Cannes

Su virtud es explicar estos fenómenos catastróficos con una mirada femenina, lejos de la típicamente masculina, incluyendo testimonios reales de esta leyenda como conexión con su tradición documentalista, completada con imágenes de la última gran riada de 1987. Pero, sobre todo, encarnándola en Ana, la joven de diecisiete años Ana (interpretada por Luna Pamíes, actriz de su tiempo), que vive entre la despreocupación propia de su edad, el descubrimiento de sus sentimientos y sexualidad y la creencia atávica en estas tormentas torrenciales en que la mujer es tanto objeto de atracción como de tragedia. Y que se ve obligada a escoger y a tomar las riendas de su destino. El trabajo con un grupo de adolescentes, la recolección de la fruta en esta zona por parte de los hombres, el estigma que sufren tres generaciones de mujeres solas (la madre y la abuela de Ana, a cargo de Barbara Lennie y Nieve de Medina) y la música de la época, de Bad Gyal al trance, confieren autenticidad a esta primera obra que, aunque imperfecta, despierta una profunda emoción.

* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2022

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