RAFAEL VALLBONA. Con una retrospectiva en el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), una instalación en el Palacio de Cristal, del Museo Reina Sofía, una monumental escultura en la madrileña plaza de Colón, y el nombramiento como doctor Honoris Causa por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), no hay ninguna duda en afirmar que estamos en el gran año, al menos español, del escultor Jaume Plensa.
Decir que Jaume Plensa (Barcelona, 1955) es hoy el escultor catalán más internacional es una evidencia. Pero con obras monumentales en Nueva York, Coblenza, Niza, Andorra, Londres, Montreal, Toronto, Tokio o Chicago, al artista le faltaba un reconocimiento oficial, sobradamente merecido, en su casa. Ahora el MACBA de Barcelona y el Reina Sofía de Madrid se han conjurado para hacer sendas exposiciones que, de hecho, vienen a ser una sola: un viaje por la poética de este escultor que, en plena era del alboroto y en un país de griterío permanente, opta por el silencio, por un cierto recogimiento interior que lo mantiene vivo y al margen de competencias y polémicas, como una isla. Por esto cree que este ruido que se genera durante estos meses a su alrededor no es ni bueno, ni malo, ni tardío. Las cosas llegan cuando llegan, y quizás a veces lo hacen el último día de tu vida, sostiene.
En el MACBA de Barcelona, veintidós años después de su última presencia, una antológica con una veintena escasa de obras compilan prácticamente 30 años de trabajo. Letras, vacío, historia, silencio, razón o memoria son algunos de los grandes conceptos que recorren la obra del escultor, y que inundan el espacio. Lo que otorga a la muestra tal profundidad de campo que acaba pareciendo más grande de lo que realmente es. Así las piezas interpelan al visitante de manera intensa, desde el presente hasta lo inabarcable. Algo que obliga a la concentración al tiempo que invita a adentrarse en la obra como en Gückauf? (buena suerte en alemán), una larga cortina hecha de letras que tintinean musicalmente y que juntas conforman la Declaración Universal de los Derechos Humanos, o en el silencio del bosque de esculturas levantado entre el museo y el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). No busca otra cosa, el artista.
La exposición barcelonesa se podrá ver a partir de junio en el Museo de Arte Moderno de Moscú (MMOMA).
Esculturas monumentales y silencio
El Palacio de Cristal, en el parque del Retiro de Madrid, es el lugar donde el Museo Reina Sofía sitúa a menudo sus exposiciones de escultura. En este espacio diáfano los Invisibles, tres monumentales cabezas hechas con mallas metálicas, piden silencio mientras dejan pasar entre su leve estructura suspendida en el aire toda la luz. Son poesía, lenguaje y memoria detenida en el tiempo y en la incertidumbre de la condición humana.
No muy lejos de aquí, en la plaza de Colón, los 12 metros de la enorme cabeza de Júlia, actúan como un espejo en el que el peatón se refleja de forma virtual y reflexiona sobre sus preguntas más íntimas antes de seguir su camino. La Fundación María Cristina Masaveu Peterson ha financiado un proyecto que va más allá de la escultura en espacio público, para convertirse en espacio de uso y servicio al ciudadano (como la marquesina de una parada de bus cuando llueve, ¿por qué no?) y dar un nuevo sentido a la escultura.
Plensa confiesa que no lee nunca las críticas, no por petulancia, sino para no distraerse de la meditación. Pero aquellos que, con mala baba, lo han llegado a calificar incluso de escultor de rotondas, quizás todavía no han oído bien el poético silencio del arte. Tanto ruido, ahoga.
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