Daniel Berehulak: “En Bucha, documentamos un horror de historias”

VICENÇ BATALLA | El fotoperiodista australiano, Daniel Berehulak, de origen ucraniano, en el Visa pour l'Image de Perpiñán 2022 donde presentaba la exposición <em>Hay gente que vivía aquí</em>
VICENÇ BATALLA | El fotoperiodista australiano, Daniel Berehulak, de origen ucraniano, en el Visa pour l’Image de Perpiñán 2022 donde presentaba la exposición Hay gente que vivía aquí

VICENÇ BATALLA. No es fácil el ejercicio de explicar las escenas que se han vivido al descubrir la masacre de Irpín y Bucha, en la periferia noroeste de Kíiv. El 30 de marzo pasado, el presidente ruso, Vladímir Putin, dio la orden de retirar sus tropas alrededor de la capital para concentrar la guerra en el Dombás. Cuando las unidades ucranianas, seguidas de los periodistas, entraron en estas dos poblaciones se encontraron con un reguero de cuerpos de personas que habían sido ejecutadas a sangre fría durante la ocupación de un mes. Se calcula que al menos fueron 1.300 en la región, lo que se investiga como crímenes de guerra. El australiano Daniel Berehulak (Sídney, 1975), de origen ucraniano, fue uno de esos primeros fotoperiodistas en entrar en la zona para el diario The New York Times.. 

En la más tranquila población de Perpiñán, en pleno festival Visa pour l’Image, hablamos con este afable y corpulento fotógrafo que nos hizo un relato no siempre sencillo de digerir a partir de su exposición Тут жили люди Hay gente que vivía aquí. Además, lo hizo en su lengua de adopción, el castellano, que utiliza en su nueva residencia desde hace unos años en Ciudad de México. Y que da pie, al final de la entrevista, a una visión rápida también de la guerra de los cárteles ahora en México.  No en vano, Berehulak, que es miembro del colectivo MAPS, acumula dos premios Pulitzer de fotografía, seis galardones World Press Photo, dos Photographer of the Year y el John Faber Award. Como maestro, él mismo se colocó en el mejor lugar, posición y luz para que le hiciéramos la foto que ilustra esta conversación.

¿Por qué quisiste cubrir la guerra en Ucrania?

“Porque mis padres son de allí. Mi entorno familiar en Australia era casi todo ucraniano. Mis padres huyeron como refugiados durante la Segunda Guerra Mundial. Y a mis abuelos, durante los tiempos de Stalin, los deportaron a Siberia. Y, cuando regresaron, tuvieron que sobrevivir a la época de la hambruna (Holodomor, matar de hambre) entre 1932 y 1933… La actual guerra de Ucrania no es algo nuevo. La guerra del Dombás empezó en 2014, pero es consecuencia de lo que el poder ruso piensa sobre la identidad ucraniana. Creen que este territorio es parte de Rusia. Llevamos doscientos años peleándonos por nuestra propia cultura, por nuestra propia lengua”.

¿Con tu familia, hablabas ucraniano?  

“Mi padre murió en 2005, pero antes regresamos a Ucrania. Había nacido en 1926. Era la primera vez que volvía a Ucrania, ¡después de 60 años!… Yo, en este sentido, crecí como un ucraniano, hablando ucraniano en casa, bailando el ‘kozachok’ ucraniano, cantando en un coro… Mi padre era del sur de la la región de Lviv, cerca de Drohóbych. Y mi madre es del Dombás, de Volnovaja (óblast de Donetsk, en manos rusas desde la guerra del 24 de febrero). Mis abuelos maternos trabajaban en las minas”.

Además ya habías hecho un trabajo fotográfico sobre Chernóbil para Getty Images en los años 2000…

“Pero en 2014, cuando estalló el conflicto en el Dombás, empezaba a trabajar para el ‘New York Times’. Y, en ese momento, no tuve el control de lo que me hubiera gustado hacer. Les dije que tenía una fuerte conexión con el lugar, pero estaba cubriendo la epidemia del Ébola en Liberia para el diario. Estuve allí más de cien días. No tuve la oportunidad de ir a Ucrania”.

Ahora sí…

“Me estaba recuperando de una operación en la rodilla derecha, en octubre pasado. Estaba al final de la rehabilitación. El 24 de febrero (cuando Putin lanzó la invasión de Ucrania) contacté con mis editores del ‘New York Times’ y volvimos a hablar de mi conexión con el país. Y el 19 de marzo me mandaron a Ucrania. Llegué a Kíiv y empecé a trabajar con nuestros reporteros para entender qué estaba pasando en la periferia de Irpín y Bucha. Vimos cómo los ucranianos hacían retroceder al ejército ruso. Nuestros primeros trabajos fueron con los médicos de las ambulancias y con voluntarios que ayudaban a la gente a escapar de estas dos poblaciones. También nos pusimos de acuerdo con soldados de las unidades militares Odín y Azov. Hasta que el 28 de marzo entramos en Irpín con dieciséis soldados del primer regimiento”.

La entrada en Irpín

DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Un perro errante que Berehulak fotografió en Irpín al lado de un combatiente ucraniano cuando estos repelían los últimos soldados rusos el 29 de marzo pasado
DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Un perro errante que Berehulak fotografió en Irpín al lado de un combatiente ucraniano cuando estos repelían los últimos soldados rusos el 29 de marzo pasado

¿Todavía había ataques rusos? 

“Sí. Ocho soldados de la unidad se quedaron allí por la noche. Y cuando el resto estábamos saliendo, al cabo de diez minutos, hubo un intercambio muy fuerte, con tanques del otro lado. Creo que nos miraban cuando caminábamos. La batalla duró unos 55 minutos. El reportero, nuestro agente de seguridad y yo estábamos a un kilómetro, pero lo escuchamos todo. En ese momento, la unidad ucraniana hizo volar un dron para ver dónde estaban los otros soldados para ayudarlos. Incluso escuchamos disparos de morteros a menos de cien, doscientos metros. Entre nosotros, caminábamos a una distancia de tres metros. Los disparos de morteros los sentimos como si fueran en nuestro pecho. Entonces, saltamos para escondernos en un edificio. Allí esperamos como media hora. Fue entonces cuando tomé la foto del perrito que se puso a mirar por la ventana igual que el soldado que apuntaba”.

¿55 minutos es mucho respecto a otros conflictos que has cubierto?

“Depende… Si los soldados se sienten cómodos para salir, yo me siento cómodo también… Tengo ya una experiencia. Y ellos llevan ocho años luchando, desde 2014”.

En Irpín, todavía no habías visto ningún cuerpo…

“No”.

Fue a partir del 30 de marzo, cuando Putin decidió retirarse de los alrededores de Kíiv para concentrarse en el Dombás y el mar Negro…

“Sí, el 30 huyeron de allí”.

Y las primeras fotos de Bucha, con los cuerpos sin vida, son del 2 de abril…

“Sí, el 2 de abril entramos con la unidad Azov”.

¿Cuál fue la relación con los soldados de Azov, a quien se les identifica como milicias de extrema derecha?

“Tienen esta fama pero es un poco complejo. Tienen esa reputación, pero tampoco está cien por cien claro. Como hubo mucha gente que entró en ese batallón, había soldados de todo tipo y lugares. Esto también es una desinformación que los rusos hacen circular”.

En las fotos he visto que en estas unidades también había estadounidenses y británicos. ¿Con Odín?

“Sí, entre sus dieciséis soldados, había un británico y tres estadounidenses como voluntarios… No vimos franceses, pero hay de todas partes”.

Ejecuciones y torturas

DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Tatiana Petrovna, una amiga de la familia, descubre los cuerpos de Serhiy, su cuñado Roman y de un desconocido, muertos por soldados rusos, delante de su casa en Bucha, al noroeste de Kíiv, el pasado 4 de abril
DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Tatiana Petrovna, una amiga de la familia, descubre los cuerpos de Serhiy, su cuñado Roman y de un desconocido, muertos por soldados rusos, delante de su casa en Bucha, al noroeste de Kíiv, el pasado 4 de abril

¿Por qué entrasteis con los soldados de Azov en Bucha?

“Porque Bucha estaba cerrado. Había muchas minas y los soldados necesitaban tiempo para desactivarlas. Nosotros acabamos entrando con la unidad Azov para entender qué había pasado. Nos encontramos, en un pueblo, con gente con hambre. Los Azov repartían comida. La escena fue muy impactante, viendo abuelos, abuelas peleándose. No habían tenido pan durante más de treinta días. No podían cocinar porque, si salía humo, los rusos podían detectarlos. Y tampoco podían calentar sus casas”.

¿Incluso estando dentro?

“No. La gente estaba dentro de sus casas, y dentro de las escuelas. Y, si se veía humo, los rusos podían pensar qué allí se escondían soldados ucranianos”.

El periodista del New York Times igual no hablaba ucraniano, pero tú sí…

“Él habla ruso; yo hablo ucraniano. Ese día, solo entramos nosotros dos, no íbamos con traductor porque no nos permitían más de dos asientos en el camión. El periodista podía comunicarse con los soldados, y yo también. Estuvimos en Bucha dos o tres horas. No había comunicación posible por teléfono. Y, en el primer pueblo que entramos, ya encontramos el primer cuerpo. Y, después de cien, doscientos metros, dos más. En otra cuadra, dos o tres más tirados en la calle con disparos en la cabeza. Vi como cinco o seis así”.

¿Cuál fue tu reacción y la del periodista?

“Era como entrar en una escena de guerra, en que no sabes qué pasó. Iba pensado en qué más me iba a encontrar”.

¿Hacías las fotos directamente o te parabas a pensar?

“En ese momento, me pregunté si solo eran esos cuerpos o había más. Y el 4 de abril nos encontramos con una fosa, no sé, de 150 cuerpos de personas que los rusos habían matado. El primer día estuvimos como dos o tres horas y, después, regresamos diariamente para hacer entrevistas. Para investigar más y entender qué había pasado. Tomamos testimonios de los supervivientes. Fue un horror de historias”.

¿La gente con quien hablabais eran los que no se habían podido escapar?

“Claro, sobre todo los viejitos. Fueron testimonio de muchas ejecuciones por parte de soldados rusos que buscaban a personas con marcas, tatuajes, como símbolos de nacionalismo ucraniano. Si tenían un tatuaje o algo parecido en el cráneo, los ejecutaban”.

La identificación futura de los soldados rusos

DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Iryna Abramova, delante de las ruinas de su casa en Bucha donde vivía desde hacía veinte años con su marido Oleh, ejecutado por los militares rusos durante la ocupación de marzo, en una foto del 22 de abril pasado
DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES/MAPS | Iryna Abramova, delante de las ruinas de su casa en Bucha donde vivía desde hacía veinte años con su marido Oleh, ejecutado por los militares rusos durante la ocupación de marzo, en una foto del 22 de abril pasado

Esto es un exterminio, ¿no? 

“Sí, es un genocidio. Al cabo de dos semanas, entrevistamos a una familia que vio irrumpir el ejército ruso con una lista de objetivos, buscando a un abuelo y una abuela. Iban preguntando si vivían allí, a las cinco personas. Y nos cortaron historias de torturas. Cortaron la pierna de una mujer delante de su marido. Porque los consideraban patriotas, porque se habían manifestado a favor de la revolución de Maidán de 2014 por facebook. Los soldados rusos buscaban gente que consideraban que era un riesgo para ellos”.

¿De dónde salían estas listas?

“No las vi, pero lo oí de las personas que huyeron. Los soldados rusos disponían de nombres y direcciones, como una lista de veinte personas. La lista la podían haber dado gente que vivía allí como topos, que apoyaban a los rusos. Porque los soldados tenían información de dónde ir. Semanas, meses antes de la guerra, habían ido recopilando esta información”.

Por tanto, había una preparación desde hacía tiempo…

“Muchos testigos nos hablaron de que habían visto visto gente rara en Bucha. Uno o dos días antes, con acento del Dombás”.

¿Crees que se podrá llegar a identificar a los autores directos, a los soldados de esta masacre, aparte de Putin como máximo responsable? 

“Sí”.

¿Cómo?

“Un tipo de seguridad el primer día me aseguró que los iban a encontrar todos. Yo le pregunté cómo lo iban a hacer. De hecho, los investigadores de guerra, que fueron a los sitios donde los soldados rusos tenían sus bases, hallaron documentos suyos que los habían dejado ahí”.

¿Salieron corriendo cuando Putin decretó la retirada en torno a Kíiv?

“Sí, salieron corriendo. Dejaron allí tarjetas de móvil, y así los pueden llegar a identificar. Había también documentos del ejército, pasaportes, carnets de identidad. Y los investigadores disponen de un documento general con todos los nombres. Y, a la vez, rastrean sus cuentas en facebook y en las redes sociales. Pueden saber a qué regimiento y brigada pertenecían. Además, están los vídeos de seguridad que pueden hacer reconocimientos faciales. Y, así, van construyendo los casos. Pero lo hacen con tiempo”.

Como la policía científica de otros países que les han ofrecido ayuda…

“Yo vi a los investigadores franceses trabajando con los cuerpos para hacer los análisis forenses”.

El difícil testimonio de las violaciones

En total, ¿cuánto tiempo estuvisteis en la zona?

“La primera vez, dos meses y medio. Yo, entre marzo y junio”.

¿Has vuelto?

“Sí, dos veces. Regresé de allí hace como un semana, después de estar seis semanas entre julio y agosto. Y, antes, había vuelto dos semanas para la revista ‘New Yorker’. La primera y la tercera vez fue para el ‘New York Times’”.

¿Qué diferencia has visto durante estos viajes respecto al primero? ¿La gente está superando el trauma o les va a quedar para toda la vida?

“Hablamos con una madre que su hijo murió y lo estuvo buscando durante tres, cuatro semanas. Lo buscaba caminando por las calles. Iba a menudo a la morgue. Y, por fin, lo encontró. Me dijo que no se iba a ir de Bucha porque su hijo ya se queda allí y que su vida está con él”.

En la introducción de la exposición también explicas que muchas mujeres fueron violadas…

“Encontramos el cuerpo de una mujer que había sido violada en un sótano con patatas. Había dos colchones. Y, debajo de las casas, nunca hay colchones. Hay papas y otro tipo de comida. La mujer estaba desnuda, con un abrigo de piel alrededor y con tres disparos en la cabeza. La mataron cuando estaban huyendo de ahí, creemos. Los investigadores encontraron condones usados…”.

Es muy siniestro imaginar estas escenas…

“Es lo peor. Hablamos con la jefa de investigación de derechos humanos de la ONU (Matilda Bogner). Y nos explicó que las mujeres que habían sido violadas todavía no quieren hablar con los psicólogos. Su trauma aún es demasiado fuerte. No pueden hablar. Y va a pasar muchísimo tiempo antes de que empiecen a compartir sus historias. También nos dijeron que hubo un lugar en Bucha donde encontraron a 25 mujeres vivas pero violadas. Preguntamos si había posibilidades de hablar con ellas y nos respondieron que no. Siguen sin querer hablar con los investigadores y los psicólogos”.

Cada vez que vais a Bucha, ¿dónde dormís?

“En Kíiv. Vamos y volvemos cada día. La primera vez a principios de abril, tardábamos entre una hora y media, dos horas para cada trayecto. En total, eran casi cuatro horas de viaje”.

¿Y cómo se puede dormir por la noche después de haber fotografiado tales barbaridades?

“Seguíamos editando el trabajo, pero me afectaba muchísimo. A veces, no podía dormir. A veces, tenía pesadillas. Al haber otros amigos periodistas y fotógrafos trabajando en Bucha, podíamos hablar entre nosotros. Sobre lo que encontrábamos, los detalles, cosas para entender y procesar la información. Y también para compartir emocionalmente todo ello”.

La necesidad de comprender las consecuencias

WIKIPEDIA | La llamada Batalla de Kíiv, a fecha del uno de abril de 2022
WIKIPEDIA | La llamada Batalla de Kíiv, a fecha del uno de abril de 2022

¿Cómo es ahora la vida allí las siguientes veces que has ido? ¿Hay algo parecido a una vida normal o la gente tiene miedo de que vuelva a ocurrir, de que les lancen misiles?

“La última vez, estuvimos en Bucha como cinco, seis semanas y ha cambiado muchísimo. Todo está verde, las calles están limpias y arregladas. Todas las tiendas han vuelto a abrir. Es una vida casi normal. La gente es muy fuerte. Recuerdan qué pasó, son conscientes de ello, pero hacen su vida diaria. Los ucranianos tienen como una resistencia especial. Nuestra historia con Rusia ha sido desde hace siglos, aunque no siempre con peleas, sí protegiendo el territorio. Sobrevivimos y vamos a salir adelante con nuestras vidas. Viviremos”.

Te quería preguntar sobre la información, no sé si de ti o de compañeros tuyos del New York Times, según explica el director del Visa pour l’Image, Jean-François Leroy, en el editorial de esta edición, a cerca de que también hay pruebas periodísticas de ejecuciones de prisioneros rusos por parte de soldados ucranianos

“Hemos oído casos, pero no conozco ninguno en concreto”.

¿Tú no trabajaste en ello?

“No, pero lo he oído. Creo que hay un periodista del diario, Thomas Guibbons-Neff, que sí que halló esta información”.

Y, ahora, ¿vas a continuar viajando a Ucrania?

“Sí, vuelvo en octubre y noviembre”.

Estás trabajando en Ucrania para el New York Times y el New Yorker, pero para ti me imagino que este es un proyecto que va más allá, que quieres seguir desarrollando. No lo vas a dejar para irte a otra guerra u otro conflicto… 

“No, tuve conversaciones con mis editores del ‘New York Times’ y hemos acordado que yo me encargue de la misión para este tema. Dispongo de mis conexiones en Ucrania y quiero trabajar más allí. No voy a dejar esta historia. Quiero continuar haciendo investigaciones. Quiero entender las razones de esta generación, cuál es su situación psicológica y el efecto que va tener en ellos. Sobre la generación más joven, pero también sobre la anterior. Mi mamá sufrió muchísimo. Recuerdo de niño, en el momento en que escuchaba el ruido de las bombas viendo películas de la Segunda Guerra Mundial, que le venían la imagen de cuando tuvo que huir llorando de casa. Tuvo que marcharse con la familia cuando tenía cinco años. Estas dos, tres generaciones anteriores ya sufrieron todo esto. Y, ahora, me pregunto qué efecto va a tener en las nuevas generaciones”.

Aunque sea muy difícil de contestar, ¿cómo crees que va a acabar esta guerra?

“No lo sé (piensa un momento)… Podría acabar con bombas nucleares (sigue pensando)… Puede ocurrir, no me extrañaría mucho. Ya veremos si Putin usa estas armas. Mientras en su cuerpo haya sangre, va a seguir con la guerra. Creo que está buscando dejar algo en la memoria porque está cerca de morir”.

Este rumor de que está enfermo, ¿crees que es verdad?

“Creo que está pensando en su legado. Es como si quisiera acabar su vida dando la impresión de que ha sido el mayor líder del Estado ruso”.

Está loco…

“¡Claro! ¡Lo que esta pasando ahora no tiene ningún sentido! ¡Estamos en 2022!”.

Está dispuesto, por tanto, a llevar esto hasta el último extremo pese a las consecuencias… Lo de las armas nucleares son palabras mayores…

“O aunque no las use directamente, puede hacer ver que ha habido un accidente con los reactores nucleares de Zaporiyia”.

Una boda en México entre dos misiones

DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES | Fotografía del féretro del periodista Pedro Tamayo Rosas, asesinado delante de su casa en julio de 2016 en Tierra Blanca, Estado mexicano de Veracruz, dentro del reportaje <em>Es fácil matar a un periodista</em>
DANIEL BEREHULAK/NEW YORK TIMES | Fotografía del féretro del periodista Pedro Tamayo Rosas, asesinado delante de su casa en julio de 2016 en Tierra Blanca, Estado mexicano de Veracruz, dentro del reportaje Es fácil matar a un periodista

Tú, con la casa en México, ¿vas y vienes de allí a Kíiv cada vez?

“Sí, voy de Ciudad de México a Fráncfort, y de Fráncfort a Polonia. Y, de allí, a Kíiv en tren”.

¿Cuánto hace que vives en México?

“Cinco o seis años”.

¿Y cómo es que acabaste ahí?

“En 2004, me tomé una especie de año sabático viajando por mi cuenta alrededor del mundo. Me fui a España. Me encantó. Luego, fui a Nueva York y, después hablando con mis amigos, les dije que quería aprender español. Me dijeron que fuera a Guatemala. Tomé un avión con esta intención a Ciudad de México, pero nunca llegué a Guatemala. Durante tres meses, estuve aprendiendo español en una universidad de Guadalajara. Más tarde, me puse a trabajar de nuevo para la agencia Getty, primero cuatro años en Londres y más adelante siete en Nueva Delhi. Entremedio, durante un año viví en Barcelona. Y tras mi trabajo para Getty, un reportero del ‘New York Times’ en Kabul del que me hice amigo me dijo que iba a trabajar a México y que tenía una casa grande. Porque el jefe anterior de la delegación tenía cinco hijos. Y me propuso compartir con él la casa. Allí estuve cuatro o cinco años. Y, este mismo año, me casé con una mexicana tres días antes de ir a Ucrania”.

Tu mujer debe tener mucha paciencia…

“Es historiadora. Hemos hablado mucho de todo esto, y de la importancia del periodismo, de la importancia de la fotografía. De cómo se entiende la historia del mundo a través de las imágenes. ¿Sabes que fue ella quien me empujó fuera de casa y me dijo que tenía que ir a Ucrania? Me dijo que Ucrania era importante para mí: ‘¡Tienes que ir a Ucrania, me exclamó!’ (gran carcajada)”.

Desde México, también cubres fotográficamente la guerra de los cárteles, ¿verdad?

“Sí, cuando empezó la guerra en Ucrania, estaba trabajando en Michoacán, en el tema de los cárteles y el control que tienen de la producción de aguacate. También están vendiendo las drogas a la gente que cultiva los aguacateros. ¡Y cómo ha cambiado su negocio! Los cárteles se están metiendo en todo, sacan dinero a los agricultores. Para cada negocio, piden dinero y lo controlan. Y el presidente AMLO (Andrés Manuel López Obrador) está obligado a elegir un cártel”.

Como, en su momento, el histórico PRI (Partido Revolucionario Institucional)…

“Y él eligió el cártel de Sinaloa. Este es el chisme, ahora mismo, entre los periodistas en México. Y se puede comprobar porque AMLO está mandando al ejército contra el cártel de Jalisco Nueva Generación. Y solo pelea contra ellos. Este cártel está perdiendo territorio, mientras que los otros territorios están ganando. Por ello, ahorita hay este nivel tan alto de violencia. Hace dos, tres semanas en Tijuana, en Ciudad Juárez y en otros sitios más pequeños hubo matanzas de mucha gente. Y esto es culpa de esta guerra en que AMLO ha tomado partido.

Por eso, llamé a mi compañera Alexa y le dije que nos casáramos, porque sabía que la vida es preciosa y no teníamos tiempo que perder. Sabía que me iba a ir a Ucrania. No sabía exactamente cuándo, pero sí muy pronto. Nos habíamos prometido cuando empezó la pandemia de la covid hace tres años, y tuvimos mucho tiempo para hablar de todo. Y, cuando estuve en Michoacán, la llamé para proponerle la boda”.

¿En marzo mismo?

“Sí, nos casamos un martes y me marché a Ucrania al sábado siguiente. Pero, cuando nos casamos, no sabía todavía el día exacto que me iba a ir. ¡Esperaba un poco más de tiempo para disfrutar de la luna de miel!

 

VICENÇ BATALLA | Los fotoperiodistas ucranianos Evgeniy Maloletka (ganador del Visa de Oro News 2022) y Mstyslav Chernov, presentan en Perpiñán su reportaje sobre los primeros veinte días de sitio ruso a Mariúpol. En la imagen, unos soldados transportan una mujer herida por el bombardeo aéreo en la maternidad el 9 de marzo pasado, y que acabaría muriendo ella y el hijo que esperaba
VICENÇ BATALLA | Los fotoperiodistas ucranianos Evgeniy Maloletka (ganador del Visa de Oro News 2022) y Mstyslav Chernov, presentan en Perpiñán su reportaje sobre los primeros veinte días de sitio ruso a Mariúpol. En la imagen, unos soldados transportan una mujer herida por el bombardeo aéreo en la maternidad el 9 de marzo pasado, y que acabaría muriendo ella y el hijo que esperaba

 

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