FUNDIDO A NEGRO. LA GLORIA Y EL INFIERNO DE UNA GENERACIÓN

RAFAEL VALLBONA

 

ARCHIVO | Portada del semanario <em>El Caso</em>, anunciando la ejecución en marzo de 1974 de Puig Antich y Heinz Chez
ARCHIVO | Portada del semanario El Caso, anunciando la ejecución en marzo de 1974 de Puig Antich y Heinz Chez

Capítulo 2. De la politización al activismo social

El año 1974 estudiaba cuarto de bachillerato en el instituto Alexandre Satorras de Mataró. Un día de primavera, lo recuerdo bien por la luz clara y azul que entraba por los ventanales de nuestra aula del primer piso, en clase de religión hice una exposición sobre la pena de muerte a raíz de las ejecuciones al garrote vil de Salvador Puig Antich y Heinz Chez. Se lo había propuesto unos días antes a sor Carme Rullo, una mujer valiente e inteligente de la congregación de las Francesas de Mataró, que por suerte nuestra se preocupaba más de salvar mentes que no espíritus. Después de clavarme esa mirada que parecía hosca con la que pretendía que nos interpeláramos sobre nuestros actos, preguntó si había participado en alguna acción contra la condena al joven anarquista. Le dije que había estado en la plaza de las Tereses días antes, y que era la primera vez que participaba en una reunión de carácter político. –Pues esta será la segunda, y te tocará ser el protagonista, sentenció.

Sin ser especialmente brillante, pero sí muy militante, mi debut político disfrazado de exposición sobre la pena de muerte en la clase de religión del instituto, fue un éxito. Basé el relato en una revista clandestina (portada rojo sangre con las fotos de los dos reos) que me documentó bien sobre las dos condenas pero que no recuerdo cómo conseguí. Con un cierto tono dramático y reivindicativo que fue creciendo poco a poco, conseguí captar la atención de la gente de la clase que, en los últimos minutos, incluso se atrevieron a hacer algunas preguntas. Sentada en la mesa del profesor, sor Rullo se lo miraba con un aire condescendiente; pero al acabar me dijo que me ponía un nueve.

Unos días después Portugal se levantó con los cañones y los fusiles de los soldados llenos de claveles, y entonces fue ella misma (que conocía Lisboa) quien nos hizo una eminente y sentida clase sobre la dictadura portuguesa, las guerras coloniales y la revolución del 25 de abril. Recordaré siempre el brillante final de su exposición en que acabó diciendo: «a poesia esta na rua», porque yo hacía un tiempo que había empezado a leer poesía con un deleite casi feroz. De Hernández y Machado, que medio conocía de clase, pasé pronto a Espriu, Salvat-Papasseit (conservo la edición clandestina de su obra completa), Carner, Riba y el primer Martí i Pol más social, poetas de los que nunca nadie nos había hablado. De todos ellos quien, a mí y a los amigos, nos sacudió de una manera definitiva la mente y el alma (y lo hace todavía) fue Vicent Andrés Estellés; sobre todo el Llibre de meravelles (Libro de maravillas). Nos sentábamos en la fuente de la plaza del ayuntamiento con el volumen de tapas azules que imitaba los forros de los libros escolares, y declamábamos «No había en Valencia dos amantes como nosotros». Lo decíamos fuerte, porque lo oyera todo el pueblo. Y al cabo de un instante, infalible, el jefe de la policía municipal se plantaba en la puerta del cuartelillo, se acariciaba su bigote blanco y bien perfilado, y observaba atentamente todo lo que hacíamos y decíamos. Le decíamos El gato, había sido guardia civil. No había habido revolución, ni habría nunca, pero la poesía estaba en la calle, y eso era un acto, al menos, de revuelta.

La maquinaria criminal del franquismo no se detuvo. En septiembre de 1975 fueron ejecutados cinco miembros de ETA y del FRAP en Burgos, Hoyo de Manzanares y Cerdanyola del Vallès. Yo ya no tenía clase con sor Rullo pero, como muchos jóvenes, participé en asambleas y manifestaciones de protesta contra los asesinatos. El mundo fue un clamor contra la dictadura, Luis Eduardo Aute escribió Al alba, una de aquellas canciones que no puedo escuchar sin que se me ponga la piel de gallina, y los niños del baby boom estrenamos juventud a empujones y bofetadas, sin que nadie nos explicara nada de lo que pasaba ni por qué pasaba. Dejamos de ser niños de cualquier manera. En casa nos hacían callar cuando hablaban los mayores, pero teníamos malas compañías (que son las mejores) de las cuales aprendíamos la vida.

Las lecturas, la poesía, pero también pronto las novelas y el ensayo, nos salvaron. No sé de dónde sacábamos los libros; o quizás sí: cuando no teníamos dinero los robábamos. En Premià no había biblioteca. Organizar manifestaciones y recogidas de firmas pidiendo que hubiera una fue una de las actividades cívicas a la cual toda la pandilla de amigos dedicamos mucho tiempo. Descubrir la lectura y darnos cuenta del inmenso valor protector que operaba en nosotros, fue la insurrección colectiva de una generación que, sin ningún instrumento para hacer la revolución política, se inventó una revuelta cultural que, a la larga, fue más transformadora.

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