La danza europea, vista desde Lyon, Bruselas y Barcelona

PRENSA BIENNALE DE LA DANSE | Los bailarine·as del colectivo barcelonés La Bolsa en la obra <em>La mesura del desordre</em>, coreografiada por Thomas Hauert
PRENSA BIENNALE DE LA DANSE | Los bailarine·as del colectivo barcelonés La Bolsa en la obra La mesura del desordre, coreografiada por Thomas Hauert

VICENÇ BATALLA. La danza contemporánea cuenta con un triángulo neurálgico que pasa por Bruselas, Amsterdam y Berlín. Pero hay otros puntos del continente que intentan estar en el mapa con personalidad propia. Es el caso de la ciudad de Lyon, con su Maison de la Danse y la Biennale que se ha celebrado durante la segunda quincena de septiembre. Y, para convertirse en un mayor vector, se ha puesto en marcha una Plataforma Europea donde participa el festival Grec de Barcelona y las ciudades de Lieja y Oporto. Entre los espectáculos incluidos había diversas compañías y coreógrafo·as catalane·as. Y una colaboración entre el suizo Thomas Hauert y el colectivo La Bolsa en La mesura del desordre, obra estrenada en Barcelona en 2015 que cuestiona los conceptos de la danza y de esta jerarquía continental. De hecho, Hauert que reside en Bruselas desde hace casi tres décadas se permite el lujo de criticar esta supuesta centralidad o la capacidad de regenerarse de la capital belga. Nos lo explicó antes de que acompañara en escena a los otros seis bailarine·as de La Bolsa.

Son incontables la cantidad de bailarine·as y aspirantes a bailarine·as que abandonan Cataluña y España para ir a estudiar y trabajar a Bélgica, Holanda o Alemania. Allí están las mejores escuelas, los coreógrafos más importantes y la infraestructura necesaria para progresar y conectarse a las innovaciones en marcha. También un público dispuesto a abrirse a las exploraciones que el lenguaje del cuerpo puede ofrecer dentro del arte contemporáneo. Pero los que viven ahí todo el año también echan a faltar o añoran aquella espontaneidad del principio. Y no dudan en criticar la actitud de esta comunidad de artistas que cada vez se ha hecho más divina y ya no intercambia con la misma generosidad sus experiencias. Así lo ve Thomas Hauert, que hace veinte años creó su compañía ZOO en Bruselas pero aprovechando sus cursos en todo el mundo busca colaboraciones con otros grupos.

“No sé si seguís a los nuevos coreógrafo·as belgas, Jan Fabre y los otros”, dejó caer en la Biennale de la Danse de Lyon en un momento de la charla que mantenía con público y periodistas antes de la representación de La mesura del desordre con el colectivo barcelonés La Bolsa. “Creo que hay alguna cosa que no va bien, quizás es el momento de que esta idea del soberano absoluto se acabe”.

Era la culminación de una reflexión sobre el papel del coreógrafo en sus obras: “Soy alguien que encuentro en el proceso. Busco porque quiero llegar a un resultado final, pero no tengo una idea, una imagen muy clara de lo que tendría que ser la llegada. Cuando escuchando fragmentos musicales me viene una idea demasiado precisa a la cabeza, ya no me gusta. Encuentro mucho más interesante integrar los inputs de cada participante, su punto de vista y perspectiva en escena. Y el resultado es mucho más rico, mucho más creativo que si solo saliera de mi cabeza… Es casi ideológico”.

Comunidades coreográficas del norte y el sur

PRENSA BIENNALE DE LA DANSE | Los bailarine·as de La Bolsa practican la técnica llamada <em>score</em>, una improvisación enmarcada por una serie de limitaciones
PRENSA BIENNALE DE LA DANSE | Los bailarine·as de La Bolsa practican la técnica llamada score, una improvisación enmarcada por una serie de limitaciones

Después de este comentario tan directo sobre un personaje tan venerado como Jan Fabre, que fue uno de los protagonistas de la Biennale de la Danse en 2016, hacía falta pedirle una ampliación teniendo en cuenta que minutos antes también había comentado que entre los bailarine·as barceloneses encontraba una sensibilidad especial. Y le preguntamos por qué entonces se van a Bruselas y Amsterdam. “Viajo mucho y conozco muchas comunidades diferentes y, en Barcelona, veo una solidaridad y también una positividad y una energía. Y ello a pesar de que mucha gente se va de Cataluña y España por cuestiones económicas. Porque, en ciudades como Barcelona, el apoyo a los artistas es notablemente menos importante que en Bélgica u Holanda. Y pese a estas dificultades también a nivel de infraestructuras o quizás por ello, hay una especie de solidaridad, una especie de espíritu, de confianza sobre el valor de lo que se hace. Lo que contrasta con otros lugares donde las cosas son más fáciles o no hay que hacer tantos sacrificios”.

El contacto con Cataluña del suizo Hauert, que antes de montar su propia compañía también trabajó como bailarín para otro·as coreógraf·as como Anne Teresa De Keersmaeker, se produjo en 2005 cuando conoció a Àngels Margarit en el festival terrasense Tensdansa. Posteriormente, en 2011, ambos crearon el dueto From B to B (Bruselas-Barcelona). Mientras tanto, el suizo fue protagonizando cursillos en la capital catalana para enseñar su particular método de danza improvisada. Y, por eso, hizo hincapié en el papel de pioner·as en Cataluña que han tenido Margarit, con su compañía Mudances, o la pareja Mal Pelo (María Muñoz, Pep Ramis), quienes trabajan desde la localidad gerundense de Celrà.

“Hace 25 años que vivo en Bélgica y la dinámica es muy diferente. Hace 25 años, el circuito era mucho más pequeño y las compañías se iban a ver unas a las otras. Mientras tanto, se ha producido una tal ‘invasión’ de bailarine·as e instituciones que se pierde este sentido de comunidad. Ya no nos conocemos y no tenemos tiempo de ir a ver lo que hacen los otros. Se ha convertido en una gran industria. Porque no hablo solo de los artistas, sino también de todo el entorno que hace posible esta industria. La gente empieza a defender su territorio”. La diagnosis es bastante contundente de quien conoce suficientemente bien a los grupos que se mueven por todos los Países Bajos.

Aunque al final, puso una nota de optimismo: “Ahora, que vuelve a haber un tiempo de crisis, la gente se vuelve a reunir para defender las condiciones de trabajo para todo el mundo. Cuando esto ocurre, da gusto ver que se consigue dejar las diferencias a un lado”.

Thomas Hauert y ‘La mesura del desordre’

VICENÇ BATALLA | El coreógrafo suizo Thomas Hauert, en la presentación de <em>La mesura del desordre</em> en la Biennale de la Danse de Lyon
VICENÇ BATALLA | El coreógrafo suizo Thomas Hauert, en la presentación de La mesura del desordre en la Biennale de la Danse de Lyon

La mesura del desordre nació, explica, de una petición del colectivo La Bolsa a quienes había tenido como alumno·as: Cecilia Colacrai, Natalia Jiménez,  Mireia de Querol, Iris Heitzinger, Xavi Moreno, Federica Porello y Anna Rubirola. En el espacio de Les Subsistances de Lyon, Hauert sustituyó a De Querol como bailarín porque esta estaba embarazada. El recuerdo de sus funciones en 2015 y 2016 es especial por diferentes razones. En Barcelona, en el Teatre Lliure dentro de la programación del Grec, a causa del gran tamaño de este escenario. “Era casi como un campo de fútbol. Y le iba muy bien a esta pieza, con mucho aire por los costados y por detrás”. En marzo siguiente en Bruselas, las dos representaciones el 25 y 26 en Les Brigittines coincidió tres días después de los ataques yihadistas en el aeropuerto y el metro. “Los bailarine·as que llegaron de Barcelona no podían salir del apartamento. La atmósfera era muy especial. Pese a eso el público vino, aunque la experiencia fue un poco surrealista”.

No recuperaron la obra hasta mayo pasado en el festival de música contemporánea Les Amplitudes de la ciudad suiza de La Chaux-de-Fonds y que tenía como artista asociado al compositor italiano Mauro Lanza. “Una de sus piezas musicales la habíamos incluido en la obra porque una de nuestras bailarinas la encontró par azar. El público, en este caso, era más bien de músicos. Fue interesante escuchar su reacción”. El único inconveniente fue que el suelo era de cemento y una de las bailarinas se lesionó.

La música contemporánea cuadra con este tipo de coreografía que busca la improvisación, pero juega también con unas reglas. Es la técnica llamada del score, de la que Hauert es un especialista. El bailarín·a se mueve entre su libertad y unas limitaciones codificadas. Supone una puesta en escena entre caótica y ordenada, entre lo individual y lo colectivo. En este sentido, se escuchan fragmentos y a menudo instrumentos aislados de estos fragmentos de Stravinsky, Mussorgsky, Bartók, Richard Strauss, Witold Lutoslawski, Luciano Berio y los actuales Lanza, Per Martensson y Fredy Vallejos, aunque también de los más populares Count Basie y Mina.

De la música de Lanza, el coreógrafo dice que “crea una especie de soledad que transpira”. De su trabajo con su compañía ZOO, se podrá ver su penúltima obra Inaudible en el Mercat de les Flors de Barcelona en marzo del año que viene. Un teatro dirigido desde hace un par de años, precisamente, por Margarit.

La conexión del Grec con los programadores continentales

VICENÇ BATALLA | La bailarina y coreógrafa Lali Ayguadé interpretando <em>Incógnito</em> en un pequeño jardín al lado de L'Allégro de Miribel
VICENÇ BATALLA | La bailarina y coreógrafa Lali Ayguadé interpretando Incógnito en un pequeño jardín al lado de L’Allégro de Miribel

Dentro del bautizado como Focus Danse Européen, del 19 al 22 de septiembre en la Biennale de Lyon, había cuatro espectáculos con participación catalana incluido el de La mesura del desordre. Los otros tres eran Incógnito de Lali Ayguadé, El agitador vórtex de Cris Blanco y Orbes de Jordi Galí. A estos, hay que añadir el estreno de Augusto del italiano Alessandro Sciarroni que llegará a Barcelona en el Grec del año que viene y que merecerá un artículo aparte en esta web.

En total, en el municipio de Miribel en las afueras de Lyon se reunieron durante estos días 340 programador·as de toda Europa convocados por el Centro Coreográfico Nacional de Rillieux-la-Pape dirigido por Yuval Pick. Este coreógrafo, conjuntamente con la directora de la Maison y la Biennale de la Danse Dominique Hervieu y la Oficina Nacional de Difusión Artística (ONDA) francesa, han sido los artífices de la creación de esta Plataforma Europea para promover la emergencia de nuevas compañías de danza. Están asociados el Grec, el Teatro de Lieja y el Teatro Municipal de Oporto.

Los programadore·as pudieron ver cómo se amoldaba al paisaje de un jardín de Miribel el Incógnito que Ayguadé y Nicolas Riccini llevan interpretando desde hace unos años y que sirvió para que Juanjo Giménez ganara en 2016 la Palma de Oro en Cannes al mejor cortometraje con Timecode. En la película, el escenario se sitúa en el interior de un parking de Barcelona. En Lyon, unos días antes Ayguadé y Riccini también reprodujeron el dueto en la terraza de un parking del centro de la ciudad.

VICENÇ BATALLA | Los bailarine·as de la Compagnie Arrengement Provisoire, de Jordí Galí, ejecutando una de las múltiples estructuras d'<em>Orbes</em> en la plaza de los Terreaux de Lyon
VICENÇ BATALLA | Los bailarine·as de la Compagnie Arrengement Provisoire, de Jordí Galí, ejecutando una de las múltiples estructuras d’Orbes en la plaza de los Terreaux de Lyon

Por su parte, la madrileña residente en Barcelona Cris Blanco continuó representando el filme casero en directo que es El agitador vórtex. En la sala pequeña del Teatro de la Croix-Rousse desplegó sus dotes para convertir todo tipo de objetos y su rostro en una película de terror y comedia proyectada en pantalla grande a partir de la cámara que ella va paseando. Mención especial a la actuación musical en que simula a la actriz Anne Wiazemsky en el filme de los años sesenta La chinoise de Jean-Luc Godard y que es tanto un homenaje a La Nouvelle Vague como un rap posmoderno.

Y a quien no le hacía falta ser apadrinado por el festival Grec y el Institut Ramon Llull, porque ya ejerce la mayor parte su actividad en Francia, es Jordi Galí. Su Compagnie Arrengement Provisoire ofreció en Miribel el número tribal Blanc de la brasileña Vania Vaneau, donde esta se transforma como si de un exorcismo se tratara al ritmo de una guitarra distorsionada. En la plaza de los Terreaux, ahí donde está el ayuntamiento, dispuso a cinco bailarine·as para que construyeran durante toda una tarde 120 estructuras diferentes con su cuerpo según unos algoritmos en la pieza en evolución Orbes y que se podrá ver en el Museo Nacional de Arte de Cataluña en marzo del año que viene.

Galí, que conoce bien la región lionesa porque ha trabajado allí como artista asociado y ahora lo hace en Grenoble, prepara en el Centro Coreográfico Nacional de La Briquetterie, al sur de París, el cuarto capítulo de Babel que prosigue su búsqueda de interrelación entre cuerpo, arquitectura y diferentes tipos de comunidades. Babel consiste en levantar una torre espectacular por parte de una comunidad de personas de distintos orígenes. Y tendrá como escenario en febrero que viene El Museo de la Inmigración parisino. Porque el barcelonés también participa en el proyecto Migrant Bodies-Moving Borders, con otros coreógrafo·as, videoartistas y escritore·as, sobre la esta crisis en el continente. Una visión diferente de la Europa del miedo.

 

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