VICENÇ BATALLA. No era el favorito para llevarse el Premio Goncourt 2018, pero su historia realista Leurs enfants après eux (Actes Sud) sobre el descalabro de la clase trabajadora en el Gran Este de Francia sedujo al jurado. Con su segunda novela y a los 40 años, Nicolas Mathieu finalmente llegaba a hacer de la escritura su medio de vida. Y, en menos de un año, Mathieu ha sido propulsado internacionalmente hasta ver publicada, entre otras lenguas, en castellano Sus hijos después de ellos (AdN). Era la oportunidad para mantener una conversación reposada con él en el Instituto Francés de Barcelona en una gira que también pasó por Málaga y Madrid.
Con traducción de Amaya García Gallego, el trabajo de transmitir a otra lengua la novela tiene en cuenta la importante utilización del argot por parte del autor. Y hay una verdadera parte vivida personal de Mathieu, proveniente de una modesta familia de Épinal, en la Lorena. Considerado al principio como un escritor de novela negra, que adaptó su primer libro Aux animaux la guerre (Actes Sud) a la televisión, su segunda obra adopta algunos registros del género pero va más allá para dibujar una sociedad de provincias cerca de Luxemburgo en los años 90 en lugares inventados aunque muy fáciles de identificar como destrozados a nivel industrial. Es el cuadro de una Francia siniestrada. Él, detrás de sus gafas y su barba de tres días, juega con sus protagonistas adolescentes como si fueran diferentes alter egos.
¿Cuántas traducciones hay en este momento de tu libro?
“Creo que estamos en 19 traducciones, aunque no todas hayan salido”.
¿Es el efecto Goncourt?
“Sí, sí. Porque antes del premio, solo había dos: en Alemania y Estados Unidos. Es verdad que una vez recibes este premio, ¡las puertas del mundo entero se te abren!”.
¿Y para tu primer libro, Aux animaux la guerre?
“No hay ninguna traducción del primero… Hay que decir también que son libros muy franco-franceses a priori. Hay muchas referencias, hay mil detalles, y esto puede inquietar, desanimar, a los traductores”.
No sé si lees castellano para poder verificar la traducción. Pero yo lo he leído en francés y hay mucho argot…
“Se tienen que encontrar soluciones originales. Porque no se puede traducir literalmente. Hay que ser fiel al espíritu, a la música, más que a la letra”.
Fiel a la idea que tú tenías escribiendo el libro…
“Y también a la impresión producida sobre el lector. Porque un texto también es una música. Es un ritmo. La mezcla de lengua sostenida y de lengua popular, de los diálogos, del recitativo. Hay que poder articular en otra lengua para producir los mismos efectos”.
¿El libro es fruto de un trabajo de investigación o has ido a buscar las ideas en tu entorno de infancia?
“Es un trabajo difícil porque busco un equilibrio de la lengua. Y hay que escribir y reescribir mucho para encontrarlo. Pero la lengua que utilizo en la novela es la mía. Nací en un entorno relativamente modesto y sometido culturalmente, aunque hice largos estudios y he leído mucho. Hay lenguas que se mezclan en mí, que vienen de diferentes horizontes. Y que producen este estilo. El cual hace idas y venidas entre diferentes niveles de lenguaje, que se vale tanto de la lengua de las ciencias sociales como de la lengua popular. Es mi lengua y es la manera como me viene”.
En tu caso, ¿creciste también en polígonos de pisos de protección oficial, donde se hallan algunos de tus personajes más pobres?
“No, crecí en la Francia que se dice periférica. No es la Francia de las grandes ciudades, es la Francia de las urbanizaciones unifamiliares. Quiero decir, que teníamos una casa, con un poco de terreno alrededor. Y el mismo tipo de edificaciones al lado. Se le podría llamar pequeña clase media”.
Por ejemplo, por el argot, tuve que buscar el significado de la expresión cassos (casos sociales, de la gente que recibe ayudas del Estado), que pronuncian de manera despectiva los personajes más bien situados.
“En mi caso, soy un niño a quien mimaron. Mis padres no hicieron estudios superiores, ni uno ni otro, pero siempre tuvieron trabajo. Era hijo único aunque lo tenía todo para mí. Mi padre venía de una familia muy numerosa, de diez hermanos. Y tuvo que dejar sus estudios a los catorce años, y trabajar como electricista, como calderero y, más adelante, como electricista mecánico. Mi madre dejó sus estudios a los dieciséis años y se puso a trabajar de contable. Mi familia representa la pequeña clase media. Era una época relativamente próspera, hasta los años ochenta. Y no me faltaba de nada. No es exactamente el universo social que describo en la novela”.
La Lorena, como caso social
¿No es autobiográfico?
“En parte, solo. Socialmente, me situaría entre los personajes de Anthony (pequeña clase media) y de Steph (alta clase media). Crecer en medio de este intervalo, me permitió ver a los que estaban debajo y a los que estaban arriba”.
A nivel de regiones, la Lorena también es un caso social…
“La Lorena es una de estas regiones que han quedado desindustrializadas, que perdieron muchas fábricas que habían sido responsables de la prosperidad. La diferencia es que, en mi provincia de los Vosgos, las fábricas no eran metalúrgicas. Eran sobre todo fábricas del textil y la madera. La madera aun se mantiene un poco. Pero, en general, son las regiones que han sufrido el final de la clase obrera y la desindustrialización. Y que se tradujo por efectos políticos. El Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional (extrema derecha), es muy fuerte. Y hay una gran ansiedad. Durante toda mi infancia, veía a mi padre muy inquieto sobre el paro, el futuro…”.
Había un miedo a la mundialización…
“Muy claramente. Se vivía como un riesgo, mucho más que como una oportunidad. Había el miedo de perder su lugar de trabajo. Hasta mediados de los años ochenta, había la certitud de que se vivía en una pendiente ascendiente. Y que, de todas maneras, el mañana siempre sería mejor que el ayer. Era la herencia de los Treinta Gloriosos (1945-1976). Y, después, cuando se produjo la ruptura tan de golpe, ¡nos dijimos que dios mío todo era mucho más complicado! Una cosa que ha comportado el establecimiento de un paro estructural e, incluso, la subida del racismo. ¡También hay que decirlo!”.
¿Y era más fácil imaginar lugares ficticios que reales?
“De hecho, el valle de la novela está reconstruido a partir de lugares reales: hay un poco del valle de la Fensch en la provincia de Mosela, hay un poco de los Vosgos, el lago que se encuentra al lado de Épinal… Lo he asociado todo para hacer de él un lugar ficticio, donde pueda hacer lo que quiera. Es decir, organizo la cronología, la geografía. Soy libre de inventar el espacio novelesco que me conviene para explicar la historia que me interesa. Si lo fijo en un lugar exacto, me tendría que ceñir a la cronología de la desindustrialización concreta, tendría que ir con cuidado con los desplazamientos de los personajes… Por tanto, creé un lugar que es fácil de identificar. No hay mucho misterio sobre donde se halla, pero esto me deja las manos libres para fijarlo como me vaya bien”.
Personajes antes que estereotipos
Y, a partir de este espacio ficticio-real, distribuyes los personajes en función de su escala social…
“Esta distribución es una realidad, que yo modifico un poco para facilitarme el trabajo”.
Esta estructura te permite evocar el ascensor social bloqueado en Francia.
“Quizás es menos para hablar del ascensor social en Francia que para decir que, demasiado a menudo, las historias están llenas de cuentos chinos. Se insiste mucho sobre las historias de éxito. Hay más de Rastignac (personaje del escritor Honoré de Balzac) en la literatura que otra cosa. Lo que me interesaba era mostrar que nuestros recorridos vitales están condicionados. Sobre todo, por la reproducción social. Pero no he querido hacer un libro demostrativo, que ilustre por la ficción verdades que se conocen por las ciencias sociales. Más bien he querido explicar la vida de los personajes, y mi manera de explicarlo está influida por los saberes que extraigo de las ciencias sociales. Al hacer mi ficción, tengo en la cabeza las enseñanzas de las ciencias sociales y me influyen en la idea que yo me hago de mi recorrido”.
Es decir, los personajes llegan primero antes que el condicionamiento social…
“Sí. Los personajes primero, la situación después. Y ninguna ideología, nunca”.
¿Y como te surgieron estos personajes?
“Surgieron, sin duda, de las heridas de adolescencia que me han marcado mucho. En mi primera novela (‘Aux animaux la guerre’), había este joven que ama a una chica en sentido único. Me decía que las penas del corazón, que son momentos esenciales de nuestra adolescencia, son también buenos instrumentos de conocimiento de uno mismo y de conocimiento del mundo. Al descubrir que la vida no siempre nos es favorable, que a veces nos golpea y nos hiere, se aprende mucho. Tenía ganas de hacer una novela de aprendizaje, donde un chico pasa de la infancia a la edad adulta. Y experimenta odios y amores”.
Pero en tu novela dejas ir una pizca de esperanza, pese al fuerte pesimismo.
“Como la vida. Es muy duro, hay condicionamientos muy fuertes: psicológicos, geográficos, socio-económicos… Pero siempre hay una palabra de libertad para jugar. Siempre hay puertas que quedan abiertas, ¡siempre hay la vida para vivir!”.
Si tu novela fuese de tesis, todos tus personajes estarían predeterminados…
“De todas maneras, si hiciera una novela de tesis, no habría vida posible en la novela. Quiero decir que sería fría como un trozo de metal. Es el problema de las novelas ideológicas, de las novelas de tesis. Son unívocas. En mi caso es una novela que se mantiene, al menos es lo que yo creo, bastante ambivalente. Hasta el punto de que el lector la puede entender de un montón de formas diferentes. Hay lectores que no tienen una visión en absoluto política ni social de lo que ocurre. Solo ven historias de amor entre adolescentes. Y esto me parece muy bien, ¿por qué no?”.
De todas formas, los hijos de las familias más acomodadas llegan a estudiar en la universidad…
“No solo estos, también está el personaje de Vanessa que proviene de la pequeña clase media y que lo consigue. Pero me parece que, en la realidad, es lo que pasa. Y como yo intento perseguir un tipo de realidad en la literatura, esta realidad alimenta a mis personajes”.
El espejismo black-blanc-beur
Y la historia colonial pesa…
“Pesa mucho sobre la historia de la inmigración en Francia, y las relaciones entre los inmigrantes, los hijos y sobre los que estaban hace más tiempo. Finalmente, el mismo personaje central de Anthony es un bisnieto de inmigrantes. Se llama Casati. Pero ha olvidado sus orígenes italianos, porque el racismo del padre de Anthony es un racismo que ha olvidado de él mismo que era extranjero”.
Y Anthony se queda en su ciudad, cuando los otros se van…
“Hacime (el personaje de familia marroquí), tampoco se va. Todos intentan huir. Algunos lo logran a la primera, y algunos regresan. Es el caso de Anthony y Hacime. Pero los dejamos a los veinte años. Quizás harán su vida y esta irá bien. Quizás vuelvan a fracasar. Quizás se volverán a ir. No lo sé. Pero no es la lógica de los personajes, no es la vida. No hay sitio para que todo el mundo triunfe. En la vida, las cosas no funcionan de la misma manera. También hay fracasos”.
¿El lema black-blanc-beur, utilizado tras la victoria en el Mundial de fútbol de 1998 y sabiendo que tu libro salió justo después de un segundo título mundial en 2018, es un espejismo? No se celebró esta segunda victoria de la misma manera.
“¡Está claro que es un espejismo! ¡Evidentemente! Como muchos fenómenos socio-colectivos, son siempre espejismos. El caso de la revista ‘Charlie-Hebdo’ (atentados de enero de 2015) también eran un espejismo, el sentimiento que todos estábamos juntos porque íbamos contra el terrorismo. Es algo que se disipa muy de prisa. Y la verdad de las relaciones sociales es el conflicto, la distancia, son las fronteras. Pero de vez en cuando, porque todo el mundo mira en el mismo sentido, hay una aspiración, una fusión nacional. Existe, aunque siempre es temporal e ilusoria. ¡Y mejor! Porque sería terrorífico que hubiera naciones donde todo el mundo tiene que estar de acuerdo todo el tiempo y somos una sola persona. Creo que es la peor de las cosas que nos pueda pasar. Es una oleada que puede resultar dichosa, pero también muy regresiva. Se nos pide parar de pensar, para querer estar todos juntos”.
La sexualidad de los adolescentes
Los momentos de mezclas sociales en la novela son los de la sexualidad, entre adolescentes. Los jóvenes se dejan ir más fácilmente que los adultos.
“Pero, esto, también es temporal e ilusorio. Porque, en las relaciones amorosas, también se juegan las relaciones de clase pese a todo. En el amor de Anthony por Steph hay cosas de ella que le atraen y que proceden de su clase social. Hay un cierto tipo de belleza, de cabellos, de calidad de piel, de la ropa que desea su clase social. Y quizás sea también para él una manera de querer dejar su mundo. Es decir, todo es político, incluso el sexo”.
¿Fueron complicadas de escribir estas escenas de sexo?
“Sí, es realmente duro porque hay que evitar quedarse demasiado en el cliché. A la vez quería, como en el resto de la novela, que estas escenas fueran frontales. Abordando la realidad de cara. Hay que encontrar una lengua original para decirlo. Al igual que cuando hablo del verano, o la velocidad, quería que se experimentaran las sensaciones. Por tanto, era necesario que estas escenas fueran excitantes y encontrar este equilibrio es muy difícil”.
Y ponerte en la piel de una chica…
“Estas escenas fueron una preocupación bastante eminente en el libro. Pronto, me dije con el personaje de Steph que no quería tratarla desde un punto de vista de un chico que la desea. Que hacía falta ver qué es lo que ella tiene en el corazón, el vientre, en la cabeza. Honestamente, me acuerdo de haber hablado mucho con amigas, pidiéndoles qué significaba este momento al principio del libro en el cual se deja la infancia para convertirse en una adolescente. De qué manera la mirada de los hombres las cambia. Cuál es el efecto. Qué sentimiento de inquietud, y también de poder, se extrae. Lo hablé con compañeras: cuando habláis entre vosotras de sexo y los chicos, ¿qué decís?”.
París y los chalecos amarillos
¿Tuviste la misma sensación que Steph o Anthony cuando desembarcaste en París como estudiante?
“No son solo mis sensaciones. Intenté ponerme en su piel, imaginar en función de dónde vienen y quiénes son. Qué es lo que París representa para ellos. Y París, para Anthony o Steph, no es en absoluto la misma cosa. Es interesante desarrollarlo así porque cada francés tiene una relación diferente con París. Siempre es un poder de atracción y de repulsión. Pero que no se organiza de la misma manera. Aun se dice, en Francia, subir a París. Se ve bien que se trata de una cima. Cómo se llega, cómo se supera esta aventura. Si uno llega a hacer su camino, o de ninguna manera. De qué forma uno es rechazado por París, o aspirado”.
Justo después de la publicación del libro, estalló la movilización de los chalecos amarillos. También hay mucha amargura, lamentos, rabia anti-élites, anti-parisiense en tu novela. Esta cólera se puede comprender un poco a través tu historia.
“Claro, al cien por cien. Lo he escuchado, visto y experimentado toda mi vida. Efectivamente, los chalecos amarillos están en cólera y no se sienten en absoluto representados. Tienen la impresión de que la mundialización se hace a sus espaldas y sistemáticamente en detrimento suyo. Que son sistemáticamente los burros de la farsa. Mi libro empieza así: las familias se reproducen sobre grandes paredes de cólera (y Mathieu adopta una entonación especial recitándolo)… ¡He aquí la cólera! Y la cólera provoca seísmos, sacudidas, convulsiones. Por tanto, hay una relación dolorosa respecto a la mundialización, hay una relación dolorosa respecto a las grandes ciudades. Hay un sentimiento de haber estado dejados a remolque del progreso. Hay un sentimiento de abandono, claramente.
Mis padres siguen viviendo en Épinal, es una pequeña ciudad. Y esta zona se está convirtiendo en un desierto a nivel médico y económico. Por ejemplo, cuando se comprueba la dificultad de conseguir citas con un médico especialista. Y aunque se tenga coche, porque ya no hay médicos especialistas. He hecho la prueba: pedí una cita con un oftalmólogo, y el oftalmólogo de Nancy (Meurthe y Mosela) ya no toma nuevos pacientes. Hice una llamada telefónica a París y la persona me respondió diciendo que había sitio aquella misma tarde. ¡Se ve bien que França va a dos velocidades!”.
Cuando viajas para presentar tu libro, ves también que las cosas van muy mal fuera, como en España…
“Sí, y en Alemania del Este. Y en Inglaterra, como ha demostrado el ‘brexit’. Y, también, en Estados Unidos, con el electorado de Trump. De hecho, el liberalismo concentra sus recursos allí donde puede producir el máximo de eficacia y riqueza. Hay concentraciones extremas de riqueza en los polos más productivos, en las grandes ciudades, en los polos de competitividad. Y, alrededor, hay una tendencia a la desertificación. En este mundo de eficacia, estas zonas se empobrecen cada vez más. Son fenómenos casi mecánicos”.
Por esto, si las traducciones respetan este espíritu aunque haya argot la novela puede llegar a un público más allá del francés…
“Sí, creo que uno se puede reconocer incluso si viene de otro país. Acabo de llegar de una gira por Alemania, y los lectores allí me han dicho que se han reconocido en la novela y se han sentido identificados”.
Con toda esta gira internacional, ¿tienes tiempo para continuar escribiendo?
“Este verano me puse un poco en ello, pero es difícil! (risas)”.
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