VICENÇ BATALLA. En medio de la pista del SonarClub, sudando con los británicos venidos expresamente y una parte del público local, con dosis de pogo por momentos, la actuación del inglés Skepta fue un fiel reflejo de cómo la música urbana, de baile y racial se renueva constantemente y le procura una válvula de oxígeno a un festival que lo necesitaba más que nunca. Menospreciado por Fira de Barcelona con un cambio unilateral de junio a julio, acorralado por una huelga legítima de los riggers que alguien dejó podrir justo en estas fechas y con el síndrome de celebrar un cuarto de siglo bajo propiedad norteamericana, la mejor manera de quitarse de encima los fantasmas es admitir que los ritmos más excitantes actualmente provienen de las rimas renovadas del hip hop en un giro del orden natural de la electrónica. Que no es otra cosa que volver a hurgar en lo que de salvaje y subversivo se gesta en la calle. Y que incluía también proclamas políticas contra el gobernador de Puerto Rico. Global y doméstico, con voces y cuerpos que inflaman al público, el Sónar 2019 (18-20 de julio) fue un prueba de fuego de la que salió revitalizado.
Ya no es ningún secreto que, cada vez más, las ganas de bailar no provienen de los djs y los conciertos que van a piñón fijo con su escalada de bpm’s, sino con este rap tecnológico que se ha quitado de encima los complejos a la hora de moverse en el escenario y la pista. De aquellas épocas, en que la rigidez a una banda y otra de la valla era la nota predominante y todo se solucionaba pidiendo a la audiencia que hiciera más ruido, se ha pasado a una auténtica fiesta con las más insólitas puestas en escena que incluye también una liberación de costumbres en la dicotomía masculino-femenino. La secuencia Bad Gyal-Cecilio G es asimismo una prueba de ello con un éxito impensable hace unos años entre artistas locales de unos escasos veinte años.
El momento culminante fue la actuación de Skepta el sábado de madrugada, donde se reunía en un mismo momento y hora la energía de la lírica de los suburbios, la historia de la música negra que no para de regenerarse y aquella actitud punk tan propia de los británicos que en medio de un brexit que los vuelve a desconectar del continente es más adictiva que nunca. Hay nuevas figuras emergentes que también estuvieron presentes el viernes en las naves de Fira Gran Vía, como Stormzy y Octavian, pero Skepta no es solo uno de los padrinos del género grime (el rap inglés que se alimenta de todas las mutaciones electrónicas del Londres postmillenium) sino que ahora mismo es el mejor ejemplo de esta actitud inconformista.
El Londres de verdad
No tuvo que hacer muchas proclamas, su show era más bien minimalista (únicamente acompañado de Dj Maximum y en un par de temas de su colega del norte de Londres Shorty) con unos cuantos focos de luz blanca a pie de escenario, pero la descarga de adrenalina servido con un rapeado directo y preciso fue infecciosa para todo el mundo que se encontraba en un radio de cien metros. Pese a la inmensidad de la nave, los círculos de jóvenes y otros no tanto de todos los colores y las ganas de ejercitarse moviendo las caderas unos contra los otros creó una atmósfera que ya no es tan habitual ver en las sesiones desde la cabina.
Después de tres primeros álbumes oficiales en los primeros años del milenio, Joseph Junior Adenuga alias Skepta (y de origen nigeriano) se tomó un descanso para el gran público. Hasta que, en 2016, publicó Konnichiwa que mereció el Mercury Prize. Aquel año vino precisamente por segunda vez al Sónar y ya protagonizó una fiesta grime en el SonarPub con un montón de invitados. Esta nueva etapa lo reforzó y ahora, con 36 años, acaba de editar Ignorance is bliss que lo consolida como el referente de las islas respecto a los grandes nombres norteamericanos. Pese a su amistad con Drake y A$ap Rocky, en su nuevo álbum las colaboraciones se restringen a sus amigos de la conurbación londinense de la misma manera que sigue haciéndolo con su discográfica y colectivo Boy Better Know.
Lo que no impidió que ya en el segundo tema nos lanzara el hit mundial Praise the lord (da shine) que dio a conocer hace un año con A$ap Rocky. Este fue el gran ausente en esta edición del festival, porque al menos hasta el 25 de julio continuaba en una cárcel de Estocolmo por una pelea durante su gira europea. Algo que incluso ha causado un incidente diplomático entre Donad Trump y el primer ministro sueco, Stefan Löfven, por las supuestas condiciones degradantes en que el rapero estaba detenido.
El nuevo grime de Stormzy y Octavian
Los organizadores del Sónar, por su parte, corrieron a principios de julio a substituirlo como uno de los jefes de cartel del viernes por el inglés Stormzy. Así pudimos ver la misma noche estas nuevas generaciones del grime que representan él y Octavian. Stormzy se acordó del motivo de su presencia e hizo corear un “free A$sap Rocky”. A partir de este momento, el chico del sudeste de Londres y origen ghanés demostró que en tres años ha ganado mucho en movilidad respecto a cuando lo vimos el mismo 2016 en un escenario más pequeño y demasiado rígido en su uniforme Adidas. Ahora, y a la espera de un nuevo álbum que suceda a Gang, sings & prayer, ha progresado en desenvoltura y su imponente estatura se pasea ágil de una parte a la otra del escenario. El suyo también es un compromiso reflejado en los visuales por las tesis más sociales del líder laborista Jeremy Corbyn.
Al lado, en el SonarLab, actuaba poco después el más joven Octavian que introduce dosis imprevisibles al género por una historia personal que aun es más caótica. El directo de su debut Endorphins es sin lugar a dudas motivante. En un momento dado, se nos colocó para interpretar una canción justo encima de uno de los bafles donde nosotros nos encontrábamos haciendo fotos.
La generación americana de Vince Staples y Sheck Wes
En Estados Unidos, no se quedan atrás en las ráfagas que escupen desde el micro. Las nuevas generaciones al otro lado del Atlántico también han acelerado su dicción como prueban los conciertos aquel mismo viernes de Vince Staples y Sheck Wes. El primero, desde la costa Oeste, se presentó sin dj y sin otro decorado que la proyección de un mosaico de pantallas donde Staples era el protagonista de series y programas de entretenimiento de la televisión. Así, entre el carácter lúdico, unas bases futuristas y un trasfondo que desmiente esta pretendida felicidad el chico de Compton protagonizó una hora sobria pero contundente.
Por su parte, el benjamín de todos ellos Sheck Wes con veinte años exhibió una gran fuerza escénica que parecía impulsada asimismo por su camiseta con la nueva indumentaria del Barça que se había hecho hacer expresamente con el nombre de Sheck Jesus. No en vano, este hijo de Brooklyn es de origen senegalés y un confeso aficionado al baloncesto. Apadrinado por Travis Scott y Kanye West, su Mudboy contiene un irresistible Mo bamba que enfervorizó al personal.
Bad Bunny y la revuelta en Puerto Rico
El cambio de fisonomía entre el público se nota también en la forma de bailar. Se puede criticar al reguetón por sus letras sexistas y el uso de la mujer como objeto, pero la verdad es que los movimientos en la pista son mucho menos agresivos y encartonados que los del techno más individualista. Incluso, es habitual que la gente se ponga a bailar en pareja. Es lo que ocurrió con el concierto del puertorriqueño Bad Bunny. No todo lo que nos cantó Benito Antonio Martínez Ocasio nos cautivaba, a menudo con paradas innecesarias para relanzar los temas, pero su actitud es la de alguien que hace avanzar los ritmos latinos y los abre hacia otras latitudes. Con un dj, seis bailarinas y un velo que le tapaba la cara y se lo acabó sacando en medio de la caldera que era el recinto, se agradece que el Sónar haya hecho un viaje de miras en estos veinticinco años para que estos sonidos también tengan cabida.
Este es el sonido de toda una generación en Latinoamérica, y que evidentemente nos llega aquí. Y que no es ajena a la electrónica y a los cambios de sociedad. Un hecho que se demuestra en las proclamas de Bad Bunny a favor de las manifestaciones multitudinarias en su país que han acabado echando al gobernador Ricardo Rosselló Ricky. Han sido, entre otros, los cantantes de reguetón (Daddy Yankee, Residente… ) quienes han encabezado estas protestas después de hacerse públicos un millar de chats a través de Telegram del gobernador y sus más estrechos colaboradores con carácter insultante, despectivo y homófobo contra periodistas, políticos y artistas. Entre ellos, Ricky Martin. Pero lo más grave es descubrir cómo se ha utilizado de forma corrupta la ayuda por el huracán María que hace dos años provocó más de 4.000 muertos en esta isla asociada a Estados Unidos. El reguetón también puede ser político.
Bailando con Bad Gyal y Cecilio G
Una de las maneras de darle la vuelta a la imagen negativa sobre este género es cuando lo asumen directamente las mujeres. Sin ir más lejos, la catalana Bad Gyal exhibe sus caderas sin ningún tipo de pudor y se reivindica como una de las jefas del negocio. Su aparición en el escenario más grande del SonarVillage fue toda una declaración de principios, con cuatro bailarinas igual de sensuales que ella, haciendo una conexión dance-hall entre el Maresme y Jamaica como nunca antes se había visto en estas lares. El twerking/perreo puedo no ser exclusivo del Caribe y escucharse incluso a veces en catalán. Musicalmente, Alba Farelo aun está en evolución y lo que haga para la multinacional Interscope nos indicará si su propuesta va a más.
Aunque la verdadera performance del festival fue a cargo del inclasificable Cecilio G. El rey del Bogatell (hijo del urbanismo olímpico) entró majestuosamente con un caballo en el SonarXS que, lógicamente, quedó colapsado porque es el escenario más pequeño del certamen como punto de reunión de los jóvenes del trap. Una vez vaciado en parte el espacio, pudimos acceder para verle aparecer con un búho de verdad de quien dijo que “era más humano que muchos de los presentes”. Pero es que Cecilio G no es solo un inspirado cronista de la calle y las prisiones en sus canciones (“a los 16 años me colé en el Sónar; ahora el Sónar me paga por cantar”), sino que tiene una labia incontenible. “Libertad pa’ los presos”, exclamaba antes de que alguien a nuestro lado reaccionara: “¿Libertad pa’ los presos?”. Y, un poco más tarde, alguien otro le gritara: “¡venga, Cecilio, no te enrolles más!”. Y, después de que en el escenario subieran a bailar todo tipo de amigos y el también rapero de origen marroquí Lil Moss, se nos despidió así: “Yo quería que esto saliera bonito, y yo que creo que ha salido bonito”.
Virgen María, Dellafuente y más latinos
En este espacio diurno del XS, se vivieron otros momentos brillantes e igual de sorprendentes. María Forqué, la hija de la actriz Veronica Forqué, adoptó su personaje de Virgen María quedándose inmóvil y totalmente desnuda sobre la mesa de mezclas y con una corona iluminada alrededor de su cabeza. Hasta que para finalizar nos lanzó una versión hardcore del Gasolina de Daddy Yankee.
Sin ningún tipo de inhibición, también se presentó la ibicenca Aleesha con sus flamantes dieciocho años y sus canciones en inglés y dos bailarinas. Más cercanos al rap, pero explosivos, fueron el colombiano ha$lopablito acompañado de otra rapera y sobre todo los argentinos Ca7riel y Paco Amoroso y su furia. En cambio, a la cántabra Dena todavía se la encuentra verde.
En el espacio más grande del SonarDôme, apadrinado por la Academia Red Bull, actuó con solvencia el madrileño nacido en Buenos Aires Dano que es un productor y director de videoclips de toda esta escena. Entre sus clientes, está el granadino Dellafuente que ha conseguido conjugar el flamenco, el rap y el trap hasta hacer una fórmula que tiene tanto de original como de potencialmente comercial. Sobre la escena, lo demostraba con dj y dos guitarristas.
El momento Holly Herndon
De la academia de la bebida energética, se pudo ver algunos de los conciertos más gratos. Curiosamente, parte de los artistas desconocidos escuchados previamente en disco que nos gustaban se nos revelaban previsibles en directo y otros que no nos llamaban la atención ganaban en directo. Es el caso de la californiana vōx, que apareció con un espectacular vestido rojo y cuenta con una voz que no menospreciaría Anonhi (Anthony). También resultó más fresca en persona la música de la iraní Sevdaliza residente en Amsterdam. Y sobre todo supuso una inyección de rabia y empoderamiento femenino la actuación del dúo de Filadelfia 700Bliss con la voz desencadenada de Moor Mother.
De día, la gran actuación correspondió a Holly Herndon. La norteamericana ha franqueado aquella línea más cerebral con la que nos visitó en 2015 para construir un directo donde música, voces y coreografía contienen una importante presencia orgánica que incluso hace olvidar que sigue investigando a nivel tecnológico. Venía acompañada de la robot Spawn, a quien ha enseñado a cantar, su aliado Mat Dryhurst y un coro de tres voces femeninas y dos masculinas. Se diría folk de futuras generaciones, por el tipo de vestimentas y aquel punto de candidez que en realidad esconde un gran trabajo de búsqueda. PROTO, su tercer álbum, cumple con las expectativas y las voces en directo multiplican el efecto.
Otras investigadoras que aportan aquel atrevimiento necesario entre tanta electrónica de patrones fijos fueron la inglesa Shiva Feshareki, y sus collages sonoros, la norteamericana Jlin, que continúa dibujando los ritmos que han de venir, y la tunecina Deena Abdelwahed, que acompaña con la voz su idea de los clubes árabes del siglo XXI. En una línea más clásica, la italiana Caterina Barbieri manipula sus sintetizadores modulares para crear una odisea atemporal. Y de la siria establecida en Estados Unidos KÁRYYN, quizás nos esperábamos alguna cosa más pero no hay que negarle su ambición de puesta en escena y entonación melódica entre Björk y Arca.
El cabaret transgénero de Arca
Precisamente, el concierto-cabaret de dos horas Sal de mi cuerpo de Alejandra Ghersi Arca merece un capítulo aparte. A estas alturas, la venezolana ya no pone ningún límite a su música e identidad no binaria: vestimenta drag-queen, amigos y amigos sobre la pasarela en la misma onda, letras y sonidos que pueden ir del intimismo al más absoluto desenfreno, hasta abandonar el recinto del SonarHall para ir a dar una vuelta con el cámara por las barras de los bares de alrededor. Los guardias de seguridad que habían puesto barreras para escalonar los accesos no sabían qué hacer cuando Arca salía y volvía a entrar perseguido por los espectadores. El resultado es irregular, difícil de seguir desde un espacio que no es propiamente un teatro y con el cansancio acumulado del resto de la jornada, pero tiene el mérito de cuestionar qué es un festival de electrónica y la representación del artista en medio de todo esto. Para seguir evolucionando, hacen falta esquemas como estos que no cuadran. Y ya veremos qué nos depara su cuarto álbum en estudio.
Más sedentarias, pero no menos estimulantes, fueron las otras dos propuestas transgénero del certamen. El tejano Lotic realizó su actuación inmerso en una corona de luz digital obra de Emmanuel Biard donde parecía una reencarnación del andrógino Sylvester pero en R&B en vez de sonido disco. El efecto, por esto, era más interesante visual que musicalmente. Por su parte, el dúo sudafricano Faka sí que funcionaba tanto en actitud rompiendo los tabús de su comunidad como a nivel sonoro por las voces y el soporte de Dj Lag, inventor del percusivo y palpitante gqom que se extiende como una mancha de aceite por toda África.
La infección africana del gqom
Después, a Dj Lag le tocaba hacer una sesión en solitario. Y, por la noche, la actriz sudafricana Sho Madjoni convertía en coreografía acompañada por dos bailarines este mismo sonido gqom. Este viaje por el continente africano también lo hacían de manera psicodélica los israelíes Red Axes y los franceses Acid Arab. Y quizás de forma menos convincente, en conexión afrolatina, los peruanos Dengue Dengue Dengue y de manera excesivamente monolítica el ecuatoriano Nicola Cruz. Eso sí, el tribalismo andino de Cruz congregó una multitud en el SonarComplex. Como contraste, el palestino Muqata’a no hacía ningún concesión a la galería e infiltraba de sonidos oscuros y desafiantes su participación.
Los cruces de músicas negras de los multiinstrumentistas norteamericano Masego y francés FKJ siendo agradables de escuchar eran menos innovadores. Todo lo contrario del inglés Actress, que con su alter ego Young Paint sigue imaginando un blues electrónico alienígena. Es digno de destacar, por otra parte, el techno progresivo del alemán Max Cooper y el onírico del británico Murlo. Y nos disculpamos si no nos referimos al concierto por la noche de Underwold porque tuvimos que escoger y, acertadamente o no, optamos por otras ofertas que se podían ver al aire libre.
Riggers is not a crime
Pero puede que la mayor heterodoxia continúe siendo exclusiva de los sevillanos Los Voluble, esta vez sin Niño de Elche, que mezclan todo tipo de sonidos techno-house y tradicionales en su nuevo espectáculo audiovisual y político Flamenco is not a crime. Tanto que lo transformaron en su bis en Riggers is not a crime, refiriéndose a la huelga de los trabajadores que montan los escenarios en Fira de Barcelona y que fueron relevados por una empresa tercera.
Los catalanes Za! también dedicaron su divertido concierto a los riggers. Un concierto sentados para ver cómo el laboratorio artístico de Estambul Ouchhh trabaja en imágenes la teoría física de las supercuerdas. Sobre la inteligencia artificial y su plasmación audiovisual hubo muchas discusiones durante el festival. Porque hay quien encuentra que no hay para tanto con la labor del doctor japonés Ysukiyasu Kamitani para su compatriota Daito Manabe. Las imágenes siguen siendo igual de planas. Lo que lo salvaba, a nuestro entender, era la música del propio Manabe. Como tampoco le hace falta las imágenes bucólicas en pantalla a la lírica guitarra procesada del austríaco Fennesz.
En este sentido, lo más original fueron las intervenciones de los menos conocidos Quiet Ensemble y Wiklow. Los primeros, un dúo italiano que proviene del arte conceptual y le da protagonismo a una orquesta de focos-robot que poco a poco van ocupando todo el escenario mientras provocan por ellos mismos una música aleatoria. Los segundos, una pareja canadiense que genera música a través de la luz y que en su espectáculo Membrame alcanza un alto grado de sensibilidad tanto visual como sonora. El barcelonés MANS O, por su lado, programa su música para ilustrarla libremente con otros dos bailarines en una bella coreografía. Quizás es lo que le falta al directo demasiado tímido de los también catalanes Desert. Y recomendable es la propuesta post-rock y de electrónica del francés instalado en Madrid Olivier Arson con su grupo Territoire.
Mención aparte merece la actuación de los veteranos e inclasificables Macromassa, formados por Víctor Nubla y Juan Crek, con su último álbum Sucede allí que se ha acabado convirtiendo en el póstumo por la desaparición de Nubla en marzo siguiente. Pioneros en el arte del ruido barcelonés, su concierto en el escenario de las nuevas músicas urbanas era todo un guiño de la organización.
Minimalismo y un brexit a la Herbert
Lo que nos acaba llevando como colofón a los conciertos más minimalistas y quizás más acústicos del Sónar. Donde el piano preparado ya merece una sección propia. El más aplicado fue el norteamericano Bruce Brubaker que, ayudado por los ruidos de Max Cooper, hizo de Glassforms un homenaje a Philip Glass. La más inofensiva fue la también norteamericana Kelly Moran, aunque proyecte imágenes bonitas y haya grabado para Warp. Y el más aventurero el alemán Hauschka, que acompañado de Francesco Donatello, se atrevió realmente a profanar el piano y golpearlo literalmente para que de allí saliesen todo tipo de sonidos.
No hay espacio para la cincuentena de djs del festival, salvo el maestro nipón Dj Krush que sigue igual de indomable que en los años noventa a la hora de crear ritmos abstractos con el vinilo. Una cosa que continúa inspirando a Christian Marclay quien, en su charla en el Sónar+D con motivo de su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Catalunya (MACBA), reconoció que él no es coleccionista de vinilos sino que los acumula para manipularlos y transformarlos y hay un antes y un después de la revolución del hip hop. Cosa que nosotros subscribimos completamente viendo como en el año 2019 aun recibimos afortunadamente sus sacudidas. El Sónar se cerró el domingo, en el Teatre Grec, con la The Matthew Herbert Brexit Big Band y el humor lleno de lamento para este adiós a sus amigos continentales del más iconoclasta de los músicos de house británicos.
* El Sónar 2019 acogió a 105.000 asistentes, 21.000 menos que en 2018: 46.000 de día en Fira Montjuïc y 59.000 de noche en Fira Gran Via. El 48% del público era extranjero. El Sónar 2020 se celebrará el 18, 19 y 20 de junio
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