VICENÇ BATALLA. El realizador norteamericano Todd Haynes se pasa al documental para retratar la corta pero intensa huella sonora de la Velvet Underground (Lou Reed, John Cale, Nico…), aunque anteriormente ya había utilizado la ficción o un estilo híbrido para aproximarse a las poliédricas vidas de David Bowie y Bob Dylan. En este caso, se trata de imágenes de archivo reales, grabaciones de audio de quienes ya no están, y testimonios de quienes continúan y vivieron aquel momento. Aquella implosión de guitarras distorsionadas, voz cavernosa y, a la vez, sutil, y letras molestas que aún resuena en todos los grupos independientes del pop y el rock actuales. No es una película a competición, pero nos ha impresionado más que Tout s’est bien passé (Todo ha ido bien), del francés François Ozon, y Ha’berech (La rodilla de Ahed), del israelí Nadav Lapid. Programada en la Semana de la Crítica, también comentamos Libertad, de la catalana Clara Roquet, ausente en Cannes… por culpa de la Covid.
Podría decirse que lo que ha hecho Todd Haynes en la hora y cincuenta minutos que dura The Velvet Underground es el testimonio visual definitivo de esta banda, porque poco más se puede ya añadir, tanto en lo que se refiere al fondo como en la forma. El imaginativo realizador utiliza material real, pero lo disloca en pantalla en forma de ventanas, hasta acabar convirtiéndolo en un mosaico pop y psicodélico, como el que patentó en los años sesenta Andy Warhol en la Factory neoyorquina, plataforma impulsora del grupo. Raramente aparece una sola imagen a la vez; estas se duplican, se cuatriplican y se multiplican incesantemente mientras se oye la voz de un testigo o se ve una filmación o una actuación de la época.
Situémonos: el guitarrista y letrista de rock de Long Island Lou Reed y el violinista y teclista de vanguardia galés John Cale se conocen en Nueva York a principios de los años sesenta y, poco después, reclutan al también guitarrista Sterling Morrison y a la batería Moe Tucker. Warhol los invita a la Factory y, al cabo de dos años, en 1967, aparece el mítico e irrepetible The Velvet Underground and Nico, con la ilustración del plátano en la portada. Al grupo se lo conocerá como la banda de Warhol y, de hecho, fue el artista quien impuso la figura como cantante de la modelo alemana Nico, en contra de la opinión de Reed.
Las opiniones de John Cale sobre Lou Reed
En los siguientes tres discos, con escaso éxito comercial, lanzados hasta 1970, y en los que Reed siguió como líder (Haynes ni siquiera menciona el quinto disco, editado en 1973, sin la presencia de Reed), el de Long Island, atormentado y egocéntrico, apartó de su camino a Nico, primero, y a John Cale, después, hasta decidir emprender su carrera en solitario, donde por fin encontró el reconocimiento público que tanto ansiaba. Resulta interesante actualmente oír a Cale hablar sobre aquellas desavenencias, y también a Tucker, porque Reed y Sterling ya no están, aunque al primero se le pueden escuchar en varios audios, como también a la hermana de Reed, Merill, LaMonte Young, Jackson Browne, Jonathan Richman, John Waters o a personajes que ahora ya no están, como el cineasta Jonas Mekas (fallecido en 2019). Porque esta es una historia, a tenor de su legado, fundamentalmente musical, pero también estética y cinematográfica. Cuanto sucedía en los años sesenta en ciertas calles del Bajo Manhattan guardaba relación; también la literatura, porque el rock se convirtió en la nueva forma de expresión de los poetas.
Haynes refleja todo aquel ambiente con gran fidelidad, sin voces en off innecesarias, sin imágenes actuales que distraigan, limitándose solamente a los orígenes y a aquellos cinco años en que, de forma soterrada y sin llegar a trascender más allá del círculo de los iniciados (el grupo nunca salió de Estados Unidos), han servido para que luego no hayan pararon de tener, a partir de los años setenta y sobre todo en los ochenta, hijos e hijas putativos en la escuela del noise, que va de Sonic Youth a My Bloody Valentine, pasando por Yo La Tengo.
Haynes nunca ha obtenido en Cannes un gran premio como realizador, a pesar de haber presentado grandes títulos a competición, como Carol (2015) y Wonderstruck (2017). Pero sabiendo que ya antes había ficcionado indirectamente los años del glam de David Bowie (Velvet Goldmine) y el Bob Dylan de las mil caras (I’m Not There, trasvertido por Cate Blanchett), este The Velvet Underground, que aparecerá directamente en la plataforma Apple TV, lo reafirma como un gran demiurgo visual de la cultura pop. Y sí, los The Velvet Underground originales sí volvieron a reunirse una vez más con Nico, que se había trasladado a París, en un concierto en el Bataclan en 1972, con el que Haynes presenta los créditos finales del documental.
La eutanasia, según Ozon
Las dos películas a competición de la jornada son completamente opuestas, pero coinciden a la hora de plantear debates socialmente candentes, aunque con unos resultados cinematográficos poco extraordinarios. El prolífico François Ozon (en la anulada edición del año pasado tenía que haber concursado con Verano del 85) ha presentado Tout s’est bien passé (Todo ha ido bien). La película se basa en el libro autobiográfico de Emmanuèle Berheim sobre el suicidio asistido de su padre en Suiza, ya que en Francia la eutanasia activa sigue estando prohibida.
Con el paso de los años, Ozon ha adoptado un estilo clasicista que, a veces, consigue conjugar forma y fondo (Frantz, Gracias a Dios, incluso Verano del 85), y otras, como en esta ocasión, cumple con los requisitos, pero rueda una película funcional, en la que se echa en falta la emoción. Ello no impide que André Dussolier se autoparodie en el personaje del padre, ahora que este exquisito actor tiene ya 75 años, y que Sophie Marceau, en el papel de hija, conserve en pantalla su poder de seducción. En este sentido, la figura más ocasional de la madre, encarnada por Charlotte Rampling, también se ajusta bien al engranaje.
Carente de emoción, a Ozon le ha salido un largometraje en todo caso entretenido, con rasgos de comedia para descargar la tensión, y oportuno. Una intérprete histórica de la canción francesa como Françoise Hardy acaba de solicitar la eutanasia. Su notoriedad obligará a los políticos a tomar posiciones, porque la cantante sufre un cáncer de laringe y la quimioterapia le causa aún más dolor. La película llega a las salas francesas el 22 de septiembre. Su estreno en España no tiene fecha aún.
El nacionalismo israelí, según Lapid
Por su parte, el israelí Nadav Lapid dibuja en Ha’berech (La rodilla de Ahed) su alter ego como director de cine para denunciar los males que está causando el nacionalismo israelí al pueblo palestino, pero también a los artistas culturales del país con los intentos de censura. El fondo se puede compartir, pero Lapid se excede tanto en lo visual como en el guion.
Ya en Sinónimos, ganadora del Oso de Oro en Berlín en 2019 y en la que su alter ego llegaba a París para estudiar cine como él hace unas décadas, provocaba un empacho de situaciones ilógicas y diálogos cargantes, como una manera, poco acertada, de emular a La Nouvelle Vague francesa. Aquí, la llegada de este alter ego de mayor edad al desierto israelí para presentar una película suya desorienta por culpa de unos movimientos de cámara injustificados y la actitud del personaje, contradictoria con cuanto denuncia. Claro está que es un personaje atormentado por cuanto ocurre en Israel, pero la escena central, en que echa en cara a la chica responsable que lo acoge de todos los males del país, se convierte en la humillación de una mujer por un hombre.
Lapid, que cuenta con el favor de un sector de la crítica francesa de referencia, se permite por ello hacer este tipo de ejercicios bastante ególatras. No obstante, la cuestión es si su intención de poner en evidencia a un gobierno como el de Netanyahu, que acaba de caer, llegará al público. El título, La rodilla de Ahed, hace referencia a una activista palestina de 16 años, Ahed Tamimi, detenida y juzgada por haber abofeteado en 2017 a un soldado israelí, y sobre la que un diputado del Likud, el partido de Netanyahu, escribió que “debería haber recibido un disparo, como mínimo en la rodilla”. El protagonista está rodando una película sobre este suceso, pero para el espectador no-israelí el tema resulta indescifrable si no se explica. El film se estrena en Francia el 15 de septiembre.
Les clases sociales, según Clara Roquet
La única película catalana en esta edición de Cannes, presente en la sección exterior del Palacio de Festivales de la Semana de la Crítica, es Libertad, de Clara Roquet. Se trata del primer largometraje de esta joven realizadora, que cuenta ya con experiencia como guionista en 10.000 km, de Carlos Marqués-Marcet, y Petra, de Jaime Rosales. La mala suerte le ha impedido asistir a su puesta de largo como directora. Ha tenido que quedarse en casa, en cuarentena, por Covid. Como compensación, grabó un video para todos los asistentes a la proyección.
Como ella misma explicó, su primer largo está dedicado a la adolescencia. Y lo sitúa en localidades indeterminadas de la Costa Brava. Detrás de este encuentro entre una chica catalana, hija y nieta de los propietarios de la casa de veraneo, y de una chica colombiana, hija de la criada y que desembarca en ese momento, hay una amistad que nace y todas las dudas y trastornos sentimentales propios de la edad, pero sobre todo el condicionamiento social.
El objetivo de Roquet es subrayar estas diferencias y actitudes sociales. Pero en la película funciona mejor el despertar de la adolescencia y las relaciones contradictorias que se generan que la intervención de los adultos, que parecen más prototípicos. Tal es el lastre del personaje de la madre, interpretado por Nora Navas, y, en parte, del de la abuela, que encarna Vicky Peña. En cambio, los de las chicas, representadas por María Morena y Nicolle García (que tiene el nombre de Libertad), son un verdadero descubrimiento.
El otro problema es que no se oye ni una pizca de catalán, aunque sí algo de francés, con lo que el trabajo sobre las desigualdades sociales y culturales queda desdibujado porque las sociedades catalana y española aparecen como homogéneas, cuando las desigualdades entre clases no son exclusivas de un origen determinado. No sabemos si la ausencia de particularismo local es una consecuencia de la financiación del largometraje. En cualquier caso, deseamos a Clara Roquet que pueda llegar a Cannes antes de la conclusión del Festival (entrevista personal hecha días después). La película se estrenará en España el 19 de noviembre.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2021
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